Por Marcelo Damiani
No somos los que evitamos recorrer calles vacías
refugiándonos de la lluvia y los fantasmas
en sucios cafés llenos de humo.
No somos los que miramos tras vidrios empañados
buscando escapar del insomnio de la vida
en un mismo punto del camino.
No somos los que se vanaglorian de la presencia física
ni los que no respiramos la tensión de la muerte
dormitando al otro lado de las rejas.
No somos los que no viajamos en trenes repletos
negando la absoluta indiferencia del mundo
ante la realidad de nuestros muertos.
No, nunca fuimos nada, nada de eso,
tal vez porque sólo somos
oscuros pasajeros.
martes, 3 de julio de 2007
lunes, 2 de julio de 2007
Una novela incómoda
Por Marcelo Damiani
A fines del año 2004, Paco Ignacio Taibo II, uno de los más prestigiosos escritores policiales latinoamericanos, recibió una propuesta inusual: Escribir una novela a cuatro manos. Aunque más extraño aún era quien se autopostulaba como coautor de la futura obra: El Subcomandante Insurgente Marcos, uno de los dirigentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Así nació Muertos incómodos (falta lo que falta), al principio una novela por entregas publicada durante 12 domingos en el periódico mejicano "La Jornada", y cuyas regalías por los derechos de autor irán a una ONG que las destinará a obras sociales en Chiapas. Como se ve, este libro, desde su misma concepción, ya se plantea como un objeto excéntrico, y, si se quiere, de lucha.
Porque no es que el Subcomandante Marcos esté planeando abandonar su causa y dedicarse a la literatura (aunque ahora ya va por su segundo libro), sino que ha decidido incursionar en la literatura como una forma de continuar la lucha. Y es que lúcidamente ha comprendido que hoy en día hacer literatura es quizás una de esas causas que, como la de Chiapas, el discurso hegemónico neoliberal no dudaría en calificar como perdidas.
En ese sentido, Muertos incómodos..., sin duda, es una novela incómoda. No sólo porque está muy bien escrita y tiene una trama que ningún clásico del género desdeñaría, sino porque sus dos personajes principales, Héctor Belascoarán Shayne (detective independiente) y Elías Contreras (Comisión de investigación del EZLN) convencen sin necesidad de mucho discurso, simplemente mostrando en lo que se ha convertido su entorno, es decir, la ciudad de México (alias “El monstruo”). Y al final del camino, luego de las peripecias necesarias de este tipo de relatos, luego de algunas escenas memorables por su simpleza entre el detective indígena y el personaje taiboano, luego de introducir en la narración elementos extraliterarios que también pueden ser vistos como una forma de volver más verídica la historia (la presencia, por ejemplo, del mismo Subcomandante como personaje-autor del libro), luego de todo esto, inevitablemente, la resolución de la trama no puede más que orientar la mirada hacia ese gran culpable de toda novela policial moderna que, como bien ha puntualizado Ricardo Piglia, no es otro que el capitalismo (en este caso personificado por el Estado).
Así, al final de la investigación (como al final de cada investigación) nos topamos con una red de lazos económicos o de poder que muestra, como un espejo brillante en el que muy pocos se atreverán a contemplarse, la mercantilización del mundo, y lo que es peor, de la vida.
domingo, 1 de julio de 2007
Contemplaciones de la vida íntima
Por Carlos Gazzera
Estos dos libros de poesía comparten algo más que el cielo protector de un mismo sello editor. Conforman una extraña cartografía de cierta vertiente de la poesía argentina intimista. “Solos en la habitación / el tablero y el caballo arriba de la mesa / mientras el rey tambalea frente a la dama negra / tratamos de apresar el sentido del juego”, escribe Marcelo Damiani en Pasajeros. Así lo hace Claudia López en Pasatiempos: “Dura tan poco el vuelo de una pluma // no escarbes en las huellas del aire / los signos mudos // la vigía de la madre / la pupila del padre / la cartografía de los amantes / dibujan la única certeza / con la retórica perfecta / de las cornisas”. Como se puede apreciar, el intimismo de Marcelo Damiani con el uso de la primera persona no es del todo diferente al que logra Claudia López con la segunda y tercera persona, que va alternando a la manera de los saltos del caballo del ajedrez. Y allí hay otro espacio compartido por ambos libros: el del juego con las leyes del ajedrez. Mientras en Damiani el ajedrez es un telón de fondo, donde imperceptibles referencias a las piezas y a las reglas de juego nos remiten a una interioridad propia, en López el ajedrez parece ser la lógica que prevalece en el desarrollo de la vida. Entonces, claro, cada pieza confirma un aspecto de la vida que debemos vivir y la poeta está allí para decirnos cómo es ese mundo interior, íntimo: “La Torre: que es necesario guardar / todo / lo que no se posee y lo que se desea / desde la última lágrima del enemigo / (antes de que se seque / antes de que la piel desconocida la atesore / en la leyenda) / hasta la suma de las tierras / sus frutos / y sus cenizas futuras / (antes de que otros las descubran / antes de que el amor o el trabajo las fecunden)”. La brevedad de ambos libros (Pasajeros de Damiani, reúne 19 poemas y Pasatiempos de López, apenas 17), la delgada letra, la disposición espacial de cada verso, todo eso, parece construir una topología etérea, donde la intimidad ociosa del poeta intenta limar las asperezas de la vida real exterior. El ocio se vuelve el solvente en el cual diluir el dolor. Pasar el tiempo... En Damiani, en este mismo sentido, el intimismo es un poco más minimalista: “Vagabundeo por un laberinto pautado / estatuido / en cuyas paredes leo el juego de la mentira / su ilusión / y los límites de la falsedad”. Eso es ser “pasajero” para Damiani.
Texto publicado en el diario La voz del interior (2003)
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