A la memoria de Héctor Libertella (1945 – 2006)
Es sabido que en la obra de todo escritor siempre hay textos emblemáticos: “El abandono y la pasividad”, en este caso, creo que puede ser visto como un pequeño manifiesto secreto de la apuesta dibenedettiana. Por otro lado, su doble origen, sus procedimientos y su estética parecen tener una estrecha relación con eso que en otro lugar he llamado, para nada peyorativamente, la narrativa histérica.
En 1953 Sábato visita la provincia de Mendoza y da una conferencia sobre Madame Bovary de Flaubert. Allí sostiene que no se puede deshumanizar la ficción, ya que el arte siempre implicará un drama humano. Di Benedetto, entre el público, interpreta el comentario humanista como una imposición y lo rechaza, escribiendo este relato protagonizado por objetos. Sábato, al recibir el texto junto a una carta del autor, sólo atinará a contestar con otro lugar común: “La excepción confirma la regla”.
Mucho tiempo después Di Benedetto revelará que el otro origen del cuento fue una imagen: “Yo vi cómo un cielo abierto –o cerrado– descargaba una cantidad de granizo. Algunas de las piedras rompían una ventana, rodaban y golpeaban en su paso un vaso de agua. El vaso se iba sobre la carta escrita y el agua deflecaba la letra. La acción se completa sin que participe el ser humano. Fue por el cielo y el agua, los elementos de la naturaleza”.
Me interesa, antes que nada, pensar estas dos anécdotas como una especie de metáfora esquiva, fantasmal, de ese núcleo inasible de donde brota la ficción. En la primera, para empezar, digamos que la mera presencia de Sábato ya mueve de por sí al rechazo. Pero si además hay allí una suerte de matriz imperante que asocia el arte a ese humanismo absurdo del que hablaba Sartre, caracterizado por tomar al hombre como fin y como valor superior, el rechazo ya no es sólo la primera reacción natural, sino también una postura estética con resonancias kantianas. El arte, según el filósofo alemán, es crear algo excepcional sin producirlo sólo mediante reglas. En un punto, se podría decir que Di Benedetto logra escribir un cuento único precisamente porque rechaza la imposición de la regla enunciada por Sábato.
Por otra parte, en cuanto a la segunda anécdota, es curioso cómo sigue resonando ahí el pensamiento de Kant, en especial cuando sostiene que los objetos hieren nuestra sensibilidad. Di Benedetto explicita que fueron los elementos de la naturaleza los que gestaron su idea. “El arte es un fenómeno de tipo atmosférico”, anota Libertella en uno de sus escritos inéditos: “En días de mucho calor y alta densidad puede parecer un espejismo”. ¿Qué hacer para que esos espejismos que vemos o creemos ver todo el tiempo se conviertan en arte? ¿Cómo evitar que se desvanezcan ante nuestros ojos? Tal vez el secreto está en la resistencia. Al rechazar las imposiciones ajenas se genera una tensión que puede funcionar como un mecanismo cohesivo.
“El abandono y la pasividad”, por lo tanto, parece encontrar su génesis en un rechazo y una imagen en movimiento de la naturaleza por demás seductora. Un doble origen que coincide con ese doble movimiento simultáneo de la narrativa histérica que consiste en rechazar las demandas ajenas y seducir literariamente. Incluso podríamos pensar que siempre algo nuevo se gesta a partir de la seducción del rechazo o del rechazo de la seducción. Se genera allí una tensión creativa, como decíamos, un foco de resistencia productiva que amenaza con convertirse en una sólida lucha. Este germen obviamente apunta a la conquista del lector. Pero no a cualquier precio, sino por medio de procedimientos literarios, y mucho mejor si el establishment ya los considera perimidos. ¿Qué podría ser más seductor, desde esta perspectiva, que escribir un cuento sin personajes?
Esta elección también explicita otra de las características de este tipo de narrativa: Su cuestionamiento de la dictadura del personaje. Una de las leyes capitales de la Ficción Mercantil es la de que siempre hay que construir personajes humanos (aunque no demasiado humanos) para que todo gire en torno a ellos. Nunca hay que perderlos de vista ni detenerse mucho en descripciones vagas, imágenes vacías o pensamientos abstractos que no ayuden a comprenderlos. Los objetos siempre serán decorativos o secundarios. Así, en “El abandono...”, abandonada la posibilidad de todo personaje humano, o incluso animal debido a la alta probabilidad de su humanización automática, el protagonismo recaerá en los objetos; mejor dicho, en las imágenes de algunos objetos. No es causal que cuatro de las seis secciones en las que está dividido el relato empiecen con menciones directas o alusiones implícitas a la luz, fundamento de las imágenes. Tradicionalmente la luz es un elemento divino, y el uso que Di Benedetto hace acá de ella prefigura las “fábulas místicas” de sus Cuentos del exilio (1983). Pero también muestra la estrecha relación que ha entablado el autor con el cine, notablemente analizada por Jimena Néspolo en Ejercicios de pudor (2004).
Ahora bien, “El abandono y la pasividad” va a traicionar levemente su origen seductor al iniciarse con el golpe de una piedra contra el vidrio de la ventana; la consecuente ruptura del vaso y el derramamiento del agua arruinarán el papel escrito. Somos tentados a pensar que en las palabras de esa carta irremediablemente perdida está cifrado el sentido del texto. Las razones del abandono y de la falsa pasividad de los objetos. Esto forma parte de los mecanismos de seducción que despliega el texto. El final de la quinta sección, por otro lado, nos va a mostrar los efectos de ese accidente:
“Así, decrépito y embarrado, el papel sube crujiendo hasta la proximidad brillante de unos anteojos. Desciende hasta la mesa de noche y después, con otra luz encima, la del resurrecto velador, tiembla un rato inacabable ante los lentes redondos. Pero no se entrega. No es más un mensaje”.
Estas últimas dos frases no sólo podrían ser vistas como un resumen de la idea del relato, sino también como la evidencia de eso que me he atrevido a llamar su gesto histérico, la concepción que Di Benedetto tiene de la literatura: Algo que no es (más) un mensaje, algo que no se entrega a nadie (ni a nada, nunca, podríamos agregar saereanamente). Martín Kohan sostiene que la literatura de Di Benedetto se caracteriza porque “no se da nunca del todo”, siempre “quiere quedarse con algo”, y ahora que ha alcanzado una gran difusión, exhibe mucho más que antes “su doblez esencial de mostración y reticencia”.
Sin embargo, esta doble lógica de seducción y rechazo no implica que no pueda tomar otras formas y otros nombres. Así, ayer la reticencia era contra el lugar común enunciado por Sábato, hoy es contra el Dios Mercado, mañana será contra el nuevo Monstruo que trate de imponernos sus reglas. Pero tampoco hay que pensar que la narrativa histérica se constituye por medio de una mera maniobra de oposición. Toda su destreza radica, como Di Benedetto lo demuestra acá con maestría, en encontrar las formas de seducción que permitan vislumbrar no sólo el brillo de la idea, como le hubiera gustado a Hegel, sino también su más allá potencial, su devenir. En otras palabras, plantar posición pero nunca para defenderla, sino para que ella se despliegue sola y a la vez nos permita movernos libremente en otra dirección. Tal vez por esto Di Benedetto no volverá sobre sus pasos en una suerte de canibalización conceptual. Coherentemente, en cambio, se va a desplazar en torno a esta desterritorialización del sujeto y hacia algunas de las múltiples formas de la falta. A los personajes ausentes en “El abandono...” se sumarán la espera en Zama (1956), el silencio en El silenciero (1964) y el deseo de muerte en Los suicidas (1969).
Di Benedetto, más que con Sábato, parece establecer una discusión con ese humanismo omnipotente que, en palabras de Robbe-Grillet, siempre quiere reducirlo todo a que “el mundo es el hombre”. Quizá ya en su primer libro, Mundo Animal (1953), podemos encontrar el germen de esta postura. Así, luego de invertir el orden de subordinación, va a tratar de pensar la relación entre los hombres y las cosas. “Se despedían de las cosas, apenas de las personas”, se puede leer en Los suicidas, quizá porque como bien anotó Borges “las cosas duran más que los hombres”. Los libros, los buenos textos, esos que resisten porfiados el paso del tiempo, siempre duran mucho más que sus autores, aunque tan sólo sea para recordarnos su ausencia.
Empecé estas líneas con una anécdota o dos, quiero terminar con otra: En mayo de 1999 tuve la suerte de entrevistar a Roberto Bolaño. La charla duró casi 10 horas, sólo interrumpida por un almuerzo chino y una merienda catalana, y en ella el nombre de Di Benedetto apareció varias veces, como era de esperar. El mejor cuento de Bolaño, “Sensini”, no sólo es un sentido homenaje al autor argentino, sino que también lo toma como una suerte de personaje principal esquivo, fantasmal, ya que el narrador sólo lo conoce a través de sus libros y algunas cartas. Me atreví a preguntarle qué era lo que lo había decidido a convertir a Di Benedetto en Sensini. El gran escritor chileno se acomodó en su sillón como si hubiera acusado el impacto de mi pregunta, y luego de un prolongado silencio, casi con tristeza, murmuró: “Su humanidad”.
Marcelo Damiani
Publicado en La Gaceta de Tucumán (2006).
Es sabido que en la obra de todo escritor siempre hay textos emblemáticos: “El abandono y la pasividad”, en este caso, creo que puede ser visto como un pequeño manifiesto secreto de la apuesta dibenedettiana. Por otro lado, su doble origen, sus procedimientos y su estética parecen tener una estrecha relación con eso que en otro lugar he llamado, para nada peyorativamente, la narrativa histérica.
En 1953 Sábato visita la provincia de Mendoza y da una conferencia sobre Madame Bovary de Flaubert. Allí sostiene que no se puede deshumanizar la ficción, ya que el arte siempre implicará un drama humano. Di Benedetto, entre el público, interpreta el comentario humanista como una imposición y lo rechaza, escribiendo este relato protagonizado por objetos. Sábato, al recibir el texto junto a una carta del autor, sólo atinará a contestar con otro lugar común: “La excepción confirma la regla”.
Mucho tiempo después Di Benedetto revelará que el otro origen del cuento fue una imagen: “Yo vi cómo un cielo abierto –o cerrado– descargaba una cantidad de granizo. Algunas de las piedras rompían una ventana, rodaban y golpeaban en su paso un vaso de agua. El vaso se iba sobre la carta escrita y el agua deflecaba la letra. La acción se completa sin que participe el ser humano. Fue por el cielo y el agua, los elementos de la naturaleza”.
Me interesa, antes que nada, pensar estas dos anécdotas como una especie de metáfora esquiva, fantasmal, de ese núcleo inasible de donde brota la ficción. En la primera, para empezar, digamos que la mera presencia de Sábato ya mueve de por sí al rechazo. Pero si además hay allí una suerte de matriz imperante que asocia el arte a ese humanismo absurdo del que hablaba Sartre, caracterizado por tomar al hombre como fin y como valor superior, el rechazo ya no es sólo la primera reacción natural, sino también una postura estética con resonancias kantianas. El arte, según el filósofo alemán, es crear algo excepcional sin producirlo sólo mediante reglas. En un punto, se podría decir que Di Benedetto logra escribir un cuento único precisamente porque rechaza la imposición de la regla enunciada por Sábato.
Por otra parte, en cuanto a la segunda anécdota, es curioso cómo sigue resonando ahí el pensamiento de Kant, en especial cuando sostiene que los objetos hieren nuestra sensibilidad. Di Benedetto explicita que fueron los elementos de la naturaleza los que gestaron su idea. “El arte es un fenómeno de tipo atmosférico”, anota Libertella en uno de sus escritos inéditos: “En días de mucho calor y alta densidad puede parecer un espejismo”. ¿Qué hacer para que esos espejismos que vemos o creemos ver todo el tiempo se conviertan en arte? ¿Cómo evitar que se desvanezcan ante nuestros ojos? Tal vez el secreto está en la resistencia. Al rechazar las imposiciones ajenas se genera una tensión que puede funcionar como un mecanismo cohesivo.
“El abandono y la pasividad”, por lo tanto, parece encontrar su génesis en un rechazo y una imagen en movimiento de la naturaleza por demás seductora. Un doble origen que coincide con ese doble movimiento simultáneo de la narrativa histérica que consiste en rechazar las demandas ajenas y seducir literariamente. Incluso podríamos pensar que siempre algo nuevo se gesta a partir de la seducción del rechazo o del rechazo de la seducción. Se genera allí una tensión creativa, como decíamos, un foco de resistencia productiva que amenaza con convertirse en una sólida lucha. Este germen obviamente apunta a la conquista del lector. Pero no a cualquier precio, sino por medio de procedimientos literarios, y mucho mejor si el establishment ya los considera perimidos. ¿Qué podría ser más seductor, desde esta perspectiva, que escribir un cuento sin personajes?
Esta elección también explicita otra de las características de este tipo de narrativa: Su cuestionamiento de la dictadura del personaje. Una de las leyes capitales de la Ficción Mercantil es la de que siempre hay que construir personajes humanos (aunque no demasiado humanos) para que todo gire en torno a ellos. Nunca hay que perderlos de vista ni detenerse mucho en descripciones vagas, imágenes vacías o pensamientos abstractos que no ayuden a comprenderlos. Los objetos siempre serán decorativos o secundarios. Así, en “El abandono...”, abandonada la posibilidad de todo personaje humano, o incluso animal debido a la alta probabilidad de su humanización automática, el protagonismo recaerá en los objetos; mejor dicho, en las imágenes de algunos objetos. No es causal que cuatro de las seis secciones en las que está dividido el relato empiecen con menciones directas o alusiones implícitas a la luz, fundamento de las imágenes. Tradicionalmente la luz es un elemento divino, y el uso que Di Benedetto hace acá de ella prefigura las “fábulas místicas” de sus Cuentos del exilio (1983). Pero también muestra la estrecha relación que ha entablado el autor con el cine, notablemente analizada por Jimena Néspolo en Ejercicios de pudor (2004).
Ahora bien, “El abandono y la pasividad” va a traicionar levemente su origen seductor al iniciarse con el golpe de una piedra contra el vidrio de la ventana; la consecuente ruptura del vaso y el derramamiento del agua arruinarán el papel escrito. Somos tentados a pensar que en las palabras de esa carta irremediablemente perdida está cifrado el sentido del texto. Las razones del abandono y de la falsa pasividad de los objetos. Esto forma parte de los mecanismos de seducción que despliega el texto. El final de la quinta sección, por otro lado, nos va a mostrar los efectos de ese accidente:
“Así, decrépito y embarrado, el papel sube crujiendo hasta la proximidad brillante de unos anteojos. Desciende hasta la mesa de noche y después, con otra luz encima, la del resurrecto velador, tiembla un rato inacabable ante los lentes redondos. Pero no se entrega. No es más un mensaje”.
Estas últimas dos frases no sólo podrían ser vistas como un resumen de la idea del relato, sino también como la evidencia de eso que me he atrevido a llamar su gesto histérico, la concepción que Di Benedetto tiene de la literatura: Algo que no es (más) un mensaje, algo que no se entrega a nadie (ni a nada, nunca, podríamos agregar saereanamente). Martín Kohan sostiene que la literatura de Di Benedetto se caracteriza porque “no se da nunca del todo”, siempre “quiere quedarse con algo”, y ahora que ha alcanzado una gran difusión, exhibe mucho más que antes “su doblez esencial de mostración y reticencia”.
Sin embargo, esta doble lógica de seducción y rechazo no implica que no pueda tomar otras formas y otros nombres. Así, ayer la reticencia era contra el lugar común enunciado por Sábato, hoy es contra el Dios Mercado, mañana será contra el nuevo Monstruo que trate de imponernos sus reglas. Pero tampoco hay que pensar que la narrativa histérica se constituye por medio de una mera maniobra de oposición. Toda su destreza radica, como Di Benedetto lo demuestra acá con maestría, en encontrar las formas de seducción que permitan vislumbrar no sólo el brillo de la idea, como le hubiera gustado a Hegel, sino también su más allá potencial, su devenir. En otras palabras, plantar posición pero nunca para defenderla, sino para que ella se despliegue sola y a la vez nos permita movernos libremente en otra dirección. Tal vez por esto Di Benedetto no volverá sobre sus pasos en una suerte de canibalización conceptual. Coherentemente, en cambio, se va a desplazar en torno a esta desterritorialización del sujeto y hacia algunas de las múltiples formas de la falta. A los personajes ausentes en “El abandono...” se sumarán la espera en Zama (1956), el silencio en El silenciero (1964) y el deseo de muerte en Los suicidas (1969).
Di Benedetto, más que con Sábato, parece establecer una discusión con ese humanismo omnipotente que, en palabras de Robbe-Grillet, siempre quiere reducirlo todo a que “el mundo es el hombre”. Quizá ya en su primer libro, Mundo Animal (1953), podemos encontrar el germen de esta postura. Así, luego de invertir el orden de subordinación, va a tratar de pensar la relación entre los hombres y las cosas. “Se despedían de las cosas, apenas de las personas”, se puede leer en Los suicidas, quizá porque como bien anotó Borges “las cosas duran más que los hombres”. Los libros, los buenos textos, esos que resisten porfiados el paso del tiempo, siempre duran mucho más que sus autores, aunque tan sólo sea para recordarnos su ausencia.
Empecé estas líneas con una anécdota o dos, quiero terminar con otra: En mayo de 1999 tuve la suerte de entrevistar a Roberto Bolaño. La charla duró casi 10 horas, sólo interrumpida por un almuerzo chino y una merienda catalana, y en ella el nombre de Di Benedetto apareció varias veces, como era de esperar. El mejor cuento de Bolaño, “Sensini”, no sólo es un sentido homenaje al autor argentino, sino que también lo toma como una suerte de personaje principal esquivo, fantasmal, ya que el narrador sólo lo conoce a través de sus libros y algunas cartas. Me atreví a preguntarle qué era lo que lo había decidido a convertir a Di Benedetto en Sensini. El gran escritor chileno se acomodó en su sillón como si hubiera acusado el impacto de mi pregunta, y luego de un prolongado silencio, casi con tristeza, murmuró: “Su humanidad”.
Marcelo Damiani
Publicado en La Gaceta de Tucumán (2006).