martes, 1 de julio de 2008

Relatar es alterar

Por Carlos Schilling

       Antes que una novela este segundo libro de Marcelo Damiani parece un rompecabezas al que la falta de varias piezas convierte en un juego infinito, tan cómico como perverso. Presentado como una recopilación de textos de un autor ficticio llamado David, El sentido de la vida reúne poemas, relatos breves, nouvelles y comentarios biográficos en los que no queda ningún rastro de esa frontera siempre difusa entre realidad y ficción. Pero si bien algunos de los textos están dedicados a figuras tutelares de la literatura argentina como son Juan José Saer, Ricardo Piglia y Héctor Libertella, sólo de forma oblicua remiten al trabajo de esos escritores. No hay una indagación de los límites del conocimiento para aprehender la realidad, como en Saer, ni un dispositivo generador de discursos que se materializan, como en Piglia, ni una puesta en escena de los fantasmas de la lengua, el deseo y el inconsciente, como en Libertella. Hay algo distinto. Algo que en cierta manera incluye todo lo anterior, pero lo desplaza constantemente hacia los márgenes para dejarle lugar a un flujo de imágenes y episodios ambiguos e inquietantes. Más que a los escritores argentinos citados, Damiani le debe una buena parte de la construcción de su mundo al francés Alain Robbe-Grillet. Rescata la parte que fue soslayada en la recepción argentina de la obra del fundador del Nouveau Roman: su concepción laberíntica de la trama de un relato. Si un juego de palabras valiera como definición, podría decirse que para el autor de El sentido de la vida relatar es alterar, distorsionar, volver extraño lo que está contando sin perder nunca cierto tono ligero de narrador profesional. La confusión de base que origina el relato se expande en todas las direcciones, genera una red de malentendidos en cuya trama es difícil de distinguir quién es el creador y quién la criatura. Nombres con iniciales que se repiten, seudónimos que proliferan, personajes que se desdoblan, extraños parentescos, cópulas, besos, asesinatos, duelos, cámaras, espejos, todo tiende a duplicar indefinidamente las escenas hasta que resulta imposible saber cuál es la original. En los 40 años que pasaron desde la irrupción del Nouveau Roman hasta hoy, las relaciones entre realidad y ficción, entre vida y arte se modificaron de forma inconmensurable. Los lazos meramente psíquicos, como el sueño, el delirio, la demencia o la alucinación, que servían de vasos comunicantes entre ambas esferas fueron reemplazados progresivamente por artefactos como los juegos de realidad virtual, la televisión, el video y la computadora. Damiani presenta ese nuevo universo de posibilidades como si fuera un espectáculo que se devora a sí mismo y ni siquiera se detiene ante la muerte.

Aparecido en el diario "La voz del interior" de Córdoba (22-11-2001).