Por Carlos Dámaso Martínez
En La reina de las nieves de Elvio Gandolfo hay un personaje llamado Felipe Hieres, al que el destino lo convierte en un improvisado detective, pero antes que nada –y es a lo que ahora me quiero referir– es un empedernido lector de novelas policiales –como se decía que fue Onetti– pero un buen día, casi al azar, comienza a leer Los adioses, justamente de Onetti, y le cuesta leerlo porque se va dando cuenta de que no es una novela policial como las que él conoce.
Quizá ese mismo personaje, llamésmolo un adiestrado lector del género y un gran conocedor de sus claves, tendría una reacción parecida si comprara o consiguiera Adiós, Pequeña de Marcelo Damiani y se aventurara a leerla. Lo primero que descubriría es que Damiani es un experto lector de la novela negra y especialmente de Raymond Chandler, pero que no escribe una novela policial como las que a él le gustan o está acostumbrado. De todos modos encontraría algo, cierto misterio, como en la lectura de Los adioses, que lo llevaría a seguir leyendo.
Imaginándonos entonces a este personaje lector de policiales de Gandolfo, descubriríamos que al comenzar la lectura de la novela de Damiani lo sorprendería el prólogo de Alan Moon, al que consideraría algo innecesario, pero le parecerá inquietante que esa novela que va a leer haya pasado a la historieta asiática y que se esté preparando una versión en dibujos animados. El epígrafe de Walter Hego (un nombre sospechoso con una resonancia de apellido familiar) que compara la vida con una novela policial y llega a afirmar que "la única diferencia es que en la vida uno siempre es el detective y también la víctima, y casi nunca descubre al asesino", le resulta más convincente y apropiada al género. Entonces se sumerge –como se suele decir– en la lectura.
Voy a resumir, comentar y en parte interpretar ahora lo que el personaje de Gandolfo me contó de su lectura de Adiós, Pequeña. Desde el primer capítulo, Hieres ha descubierto en este libro de Damiani el humor y la ironía tan particular de las buenas novelas negras y se ha acordado del modo en que aparece en los libros de Chandler. Es decir, en los diálogos, en las comparaciones disparatadas e hiperbólicas y, sobre todo, hacia los finales de capítulos, como el cierre burlón de una secuencia.
Con sorpresa ha advertido también que el personaje que contrata al detective es un adolescente, quien, en realidad, como dice el narrador, tiene la apariencia de un chico. Pero su atención se va a ir centrando en el detective que construye Damiani, que como ya se sabe es fundamental –junto con el crimen y la investigación– para que haya un relato policial. Hieres comprueba que al detective le gusta beber jugo de naranja y licuados de fruta en vez del fuerte whisky que suelen tomar copiosamente Philip Marlowe y Sam Spade. Le parece que el detective tiene un comportamiento más de comedia que de novela policial. ¿Cómo es posible –se pregunta– que siendo un experimentado jugador de ajedrez la lógica de su investigación sea la del azar, la de un jugador que no puede prever sus pasos inmediatos? Que al detective contratado por Martín, el niño multimillonario, lo confundan con su psicólogo le parece bien, pero difícilmente podrá olvidar que en las inumerables novelas policíacas que él ha leído nadie puede confundir a un detective privado con alguien que no sea, precisamente, un detective privado.
Felipe Hieres recuerda en este punto que la lectura de Los adioses lo ha vuelto desconfiado y piensa que lo que lo desconcierta en Adiós pequeña debe ser otra trampa, algún viejo truco literario que desconoce. Casi sin darse cuenta –podría agregar ahora a manera de comentario– el personaje de La reina de las nieves va descubriendo el juego paródico sobre el relato policial que Damiani ejercita en este libro.
Al principio le parece raro que el espacio de la novela no sea reconocible, pero poco a poco, con cierta satisfacción, terminará por aceptar que se trate de una ciudad-isla imaginaria, con zonas o barrios que se llaman Silver Ocean y calles con nombres de escritores: “Recorro Dostoievski, Voltaire, Gombrowicz, Milton, Goethe y Donne sin encontrar nada interesante”, dice el narrador-detective.
El final violento, a la manera de las películas de Tarantino o del nuevo cine policial norteamericano, el pasaje entre los estados de inconsciencia y desmayos del detective a situaciones conscientes, o la descripción irónica de los distintos tipos de pelirrojas –parodiando las rubias de Chandler– como el enigma que subsiste a la hora del desenlace en la búsqueda de Gabriella no le disgusta; es más, el personaje de Gandolfo me ha confiado que Adiós, Pequeña le ha encantado justamente porque, aunque no es una novela policial de las que él conoce, tiene algo que realmente se le parece.
Adiós, Pequeña revisita el género, más precisamente la novela negra, de un modo paródico, divertido, con humor y despliega diversos guiños literarios y cinematográficos, como la inclusión de un joven cadete que declara estar escribiendo una novela policial, una pasión que le viene desde la infancia cuando deseaba ser detective, lo que seguramente alude a la esfera autobiográfica del autor de Adiós Pequeña, o pasajes donde el detective-narrador dice con ironía de sí mismo: "Mi mente se transforma en una pantalla de cine gigante. Yo soy muy parecido a Humphrey Bogart y estoy irresistible con mi impermeable azul, mi sombrero calado sobre los ojos y un cigarrillo apagado colgando de mis labios". Damiani se revela también como un conocedor de la tradición del relato policial en la Argentina y de las variantes paródicas y estilizantes del género, esa que va desde “La muerte y la brújula” de Borges hasta la más reciente La pesquisa de Juan José Saer, pasando por muy buenas novelas y relatos de una gran parte de los escritores contemporáneos –recuerdo al pasar “La loca y el relato del crimen” de Piglia; la ya citada La reina de las nieves de Gandolfo, y El cerco y El fantasma imperfecto de Juan Martini.
En una nota publicada en la reconocida revista Espacios, titulada "Espacios policiales", que Marcelo Damiani escribió con Gonzalo Carranza, decían a manera de conclusión: “El policial argentino, entonces, parece tener sus mejores momentos cuando se despega de los modelos clásicos del género y acepta cruces riesgosos buscando una lengua con modulaciones propias”. En esa búsqueda se ubica Adiós, Pequeña, y ahí propone su lugar de lectura.