Para Martín de Brum
Hace exactamente un libro atrás yo era un perfecto desconocido para todos ustedes. Mi fama actual, según los sociólogos, se debe al equívoco que me atribuye dos descubrimientos capitales para el futuro de la humanidad: El origen de la literatura y el del sentido de la vida.
Todos los que han leído mi debut en el campo de las letras recordarán que ahí adjudicaba mi primer hallazgo al genio impar de L. A. Peter. Sin embargo, cuando el filósofo peninsular se enteró de mi cita, declaró públicamente que él jamás había dicho tamaña estupidez. Este elogio que me honra del señor Peter (defensor de la opinión que entre el elogio y el insulto no hay diferencia) sólo puede ser agradecido de la siguiente forma: "Señor Peter: Usted es un Idiota".
Los efectos del descubrimiento del sentido de la vida, en cambio, superaron totalmente mi capacidad de asombro. Estos son los hechos: En medio de una fiesta fastuosa, después de hacer público mi modesto éxito, le encargué al Gato que escribiera una crónica fiel de lo sucedido esa noche, para informar al mundo de tamaño acontecimiento. El Gato, en vez de hacer lo que yo le había ordenado, garabateó una suerte de relato que fue leído como un cuento. Mi público, sin embargo, supo ir más allá de la superficie del hecho y llegar así a la esencia de mi iluminación trascendental.
El problema, amigos, es que la fama cuesta; y cuesta caro. Así es que ahora me encuentro recluido en el anonimato de este cementerio, esperando que el implacable devenir aplaque la intempestiva insistencia de mis admiradoras, deseosas de apoderarse de una parte concreta de mi cuerpo. Sí, sí, estoy hablando de mi mano: La misma que escribió el ya célebre prólogo "Génesis" y la misma que ahora está describiendo mi "Éxodo". Esta es la razón por la que he tenido que huir del mundillo de las luminarias y los divos, autoexiliándome en este panteón posmoderno con aire acondicionado y computadora, para arremeter nuevamente con mi pluma temeraria contra la hipocresía que rodea estos claustros.
El Gato, apodo cariñoso del autor de este libro, enterado del castigo que le he infligido al mundo por medio de mi ausencia, apareció por acá el otro día para rogarme que reviera mi terminante decisión. En realidad, ahora que lo pienso, sus palabras textuales fueron de una incoherencia calculada. Dijo que bajo ningún punto de vista quería que yo siguiera prologando sus libros, cuando en realidad todo el mundo sabe que yo no soy su prologuista personal sino que es él mi escritor exclusivo. Yo, conocedor de la lógica enmarañada de los gatos, comprendí inmediatamente el doble sentido de su astuta provocación. El Gato, por una parte, no se animaba a pedirme las líneas necesarias para apuntalar su nuevo opus, como lo había hecho exactamente un libro atrás, dado que aún se sentía culpable de las molestias que me había ocasionado su anterior pedido. Por otro lado, el joven escriba sabía que yo no podría resistir su reto, y así me haría salir de mi cruel ostracismo. Sin pensarlo tres veces, le retruqué que yo siempre había conocido los riesgos de la fama, y dándole a entender que comprendía perfectamente sus felinas intenciones, añadí sonriente que le tendría listo su prólogo en una semana y media. El Gato me miró perplejo. Le repetí que no se preocupara, y luego de meditarlo un poco comenté que en esta ocasión esperaba no tener que leer todo el libro como la vez anterior. Interpreté su retirada como una evidente respuesta afirmativa.
Ahora bien, no siendo la modestia, afortunadamente, uno de mis defectos, me veo en la obligación de confesar que todos y cada uno de los méritos de este libro me pertenecen, mientras que todos y cada uno de los errores le pertenecen exclusivamente al autor.
Primero y principal: Fui yo y no otro quien presentó al Gato y a David. En esa ocasión, durante la famosa fiesta donde descubrí el sentido de la vida, sugerí proféticamente que las aventuras del afamado guionista serían un buen argumento para escribir un libro.
Segundo y secundario: Fue el Gato y no otro el que después de la desaparición de David se apropió de todos sus textos inéditos (aunque según él sólo buscaba el guión original de su primera novela) para podar la fluidez decimonónica de la obra del guionista en función de la decadente concepción fragmentaria del arte contemporáneo.
Tercero y terciario: El Gato, siguiendo sus creencias románticas, ha hecho una lectura mística de la muerte de David. Para mí, en cambio, es obvio que la desaparición del guionista obedece a un sólo y carnal motivo: Él había matado a su mujer y tenía que desaparecer como el cuerpo de ella.
Por lo tanto, dado que soy una parte demasiado constitutiva del libro, no creo que sea ético que yo hable muy bien de él. Sin embargo, teniendo en cuenta que después de todo soy el artífice y mentor y casi casi el único autor del mismo, tampoco puedo evitar decir que lo que ahora tienen en sus manos, mis timados lectores, es un verdadero espectáculo.
Alan Moon