jueves, 3 de mayo de 2012

"Algunos apuntes..." según Télam

Por Esteban Prado

       Marcelo Damiani publica en este nuevo libro una perla diminuta que vale cada una de sus líneas. Es un libro con dos deseos o más, pero hay dos que se realizan al mismo tiempo: escribir el relato de la madre y escribir el propio relato... Al leer Algunos apuntes sobre mi madre sabemos que Damiani no se guarda nada, no por su indiscreción, sino por su gesto imposible de escribir sobre la muerte, el paso del tiempo, la tristeza de no contar más con los seres queridos y la alegría de contar con nuevos seres queridos. El juego eterno entre los ascendientes y los descendientes y la incertidumbre de no saber nunca muy bien ni del todo en cuál de esos dos rótulos uno se encuentra. Este libro es publicado por Ediciones Simurg en Argentina pero ya ha tenido otras apariciones en revistas y diarios y sobre todo una publicación en libro en Venezuela. Se subraya este dato porque Damiani agrega, con cada edición, algún apunte más. De esta manera, el libro se transforma en una suerte de work in progress perfecto. Perfecto porque no le falta nada, porque no es fragmentario ni está inacabado ni ningún otro clisé; perfecto porque cada una de esos apuntes lo son; en proceso porque promete más apuntes en el futuro.
       Tal vez este libro sea para Damiani lo mismo que los relojes para el teórico vasco-francés François Miau: mientras funcione y ninguno de sus engranajes gire en falso y sus agujas sigan dibujando círculos sin cesar, mientras cada edición crezca, podemos estar tranquilos, “tal vez aún sea posible que la vida —su vida, nuestra vida, la vida de todos y cada uno de nosotros— no se detenga de una vez y para siempre.”

        La nota completa acá.

martes, 1 de mayo de 2012

Algunos apuntes sobre mi madre

Me acuerdo, antes que nada, de sus manos. Estábamos sentados en el jardín de casa. Yo tendría tres o cuatro años, y ella, por supuesto, estaba tejiendo. Sus dedos rugosos se movían de un lado a otro, dirigiendo el hilo entre las agujas con una precisión y una velocidad asombrosas. Pero, además, mientras el rollo de lana rodaba por el césped, ella me contaba otro capítulo de la historia familiar. Yo no podía prestar atención a sus palabras porque el movimiento de sus manos era demasiado cautivante. Recuerdo que acercaba mi cabeza a la zona donde el hilo era embestido por las agujas, todo controlado hábilmente por sus dedos, para ver si así podía comprender mejor qué era lo que estaba pasando. No podía entender cómo las agujas y el hilo no se enredaban en un nudo imposible de desatar. No entendía cómo el hilo poco a poco iba tomando la forma de una bufanda para el invierno que ya se adivinaba en la ventisca vespertina. No podía seguir el hilo de la historia. Estaba, literalmente, subyugado, y podría haberme quedado ahí toda la vida.