Por Marcelo Damiani
A fines del año 2004, Paco Ignacio Taibo II, uno de los más prestigiosos escritores policiales latinoamericanos, recibió una propuesta inusual: Escribir una novela a cuatro manos. Aunque más extraño aún era quien se autopostulaba como coautor de la futura obra: El Subcomandante Insurgente Marcos, uno de los dirigentes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
Así nació Muertos incómodos (falta lo que falta), al principio una novela por entregas publicada durante 12 domingos en el periódico mejicano "La Jornada", y cuyas regalías por los derechos de autor irán a una ONG que las destinará a obras sociales en Chiapas. Como se ve, este libro, desde su misma concepción, ya se plantea como un objeto excéntrico, y, si se quiere, de lucha.
Porque no es que el Subcomandante Marcos esté planeando abandonar su causa y dedicarse a la literatura (aunque ahora ya va por su segundo libro), sino que ha decidido incursionar en la literatura como una forma de continuar la lucha. Y es que lúcidamente ha comprendido que hoy en día hacer literatura es quizás una de esas causas que, como la de Chiapas, el discurso hegemónico neoliberal no dudaría en calificar como perdidas.
En ese sentido, Muertos incómodos..., sin duda, es una novela incómoda. No sólo porque está muy bien escrita y tiene una trama que ningún clásico del género desdeñaría, sino porque sus dos personajes principales, Héctor Belascoarán Shayne (detective independiente) y Elías Contreras (Comisión de investigación del EZLN) convencen sin necesidad de mucho discurso, simplemente mostrando en lo que se ha convertido su entorno, es decir, la ciudad de México (alias “El monstruo”). Y al final del camino, luego de las peripecias necesarias de este tipo de relatos, luego de algunas escenas memorables por su simpleza entre el detective indígena y el personaje taiboano, luego de introducir en la narración elementos extraliterarios que también pueden ser vistos como una forma de volver más verídica la historia (la presencia, por ejemplo, del mismo Subcomandante como personaje-autor del libro), luego de todo esto, inevitablemente, la resolución de la trama no puede más que orientar la mirada hacia ese gran culpable de toda novela policial moderna que, como bien ha puntualizado Ricardo Piglia, no es otro que el capitalismo (en este caso personificado por el Estado).
Así, al final de la investigación (como al final de cada investigación) nos topamos con una red de lazos económicos o de poder que muestra, como un espejo brillante en el que muy pocos se atreverán a contemplarse, la mercantilización del mundo, y lo que es peor, de la vida.