miércoles, 3 de marzo de 2010

Una nueva forma de sometimiento social

       Rosalía Winocur, argentina residente en México, vino a Buenos Aires para presentar su libro: Robinson Crusoe ya tiene celular (Siglo XXI). "La versión optimista de que estas redes van a democratizar a los pueblos y el acceso al conocimiento y crear circuitos alternativos al poder convive con la versión pesimista en la que el Gran Hermano se instala en nuestras vidas con un control absoluto. Una versión y la otra tienen algo en común: Un fuerte determinismo de la tecnología", dice la autora, doctora en Antropología por la Universidad Autónoma de México.
       ¿Qué es lo que hace que estas tecnologías se hayan vuelto indispensables, omnipresentes? "Finalmente -dice Winocur- los seres humanos, que en toda la historia hemos estado sujetos a la misma incertidumbre y a las mismas amenazas, encontramos un pequeño dispositivo que nos da la ilusión del control de nuestras circunstancias y de los otros".
       Es verdad, es una época de incertidumbres, en la que los peligros se multiplicaron porque las redes de comunicación los acercan y magnifican y donde las certezas ya no son tales. La comunicación a través de los celulares permite hacer el seguimiento del viaje de un pariente, por ejemplo. Décadas atrás, el viajar implicaba una larga travesía. La comunicación se basaba en cartas que cruzaban lentamente océanos y continentes. "Había que domesticar la esperanza..." piensa Winocur.
       La ilusión del contacto permanente forma parte de un conjunto de "certezas imaginarias" que van permitiendo "sobrevivir y afrontar, por ejemplo, la amenaza de la dispersión de la familia. La familia siempre fue una fuente de sentido y ahora se dispersa en la ciudad, tiene que recorrer grandes distancias. Esos trayectos están muy amenazados por miedos visibles e invisibles. Y de repente, llega esta tecnología que te ilusiona con la posibilidad de saber dónde está ese pariente..."
       Pero siempre hay alguien que pone en jaque las teorías. ¿Qué pasa el que se niega a usar celular? "Ese es alguien que te está recordando la fragilidad de la ilusión. El que no usa celular te está diciendo 'es ficticia tu certeza, yo no tengo celular y no lo necesito'. Claro, él tiene un discurso militante sobre eso: No quiere que invadan su privacidad."
       ¿Un usuario de celular puede devenir adicto? "La angustia de la desconexión es una adicción. Hasta los 90, en las películas, todos los personajes fumaban. Ahora, casi ninguno; la mayoría tiene un celular. De la misma manera en que el cigarrillo funcionaba como ansiolítico socialmente aceptado, el celular también es un ansiolítico. Entonces, las redes controlan la ansiedad y se vuelven redes de sometimiento. Para mí es una nueva forma de sometimiento social."

martes, 2 de marzo de 2010

La lección del maestro (continuación)

       Sin duda hay un efecto que todo prólogo produce, y es la actualización de un problema que sólo el lector puede resolver. ¿Esto se debe leer antes o después del texto principal? Claro que si la intención fuera que lo que está escrito acá se leyera el final se llamaría epílogo. Pero todos sabemos, como lectores que somos, que nos gusta transgredir estas pequeñas reglas de la literalidad, y que además una mala apertura del prefacio puede hacernos cerrar las puertas del libro para siempre. 
       Por último, antes de empezar en serio, podríamos decir que todo prologuista (yo, en este caso) se hace cargo con su firma (simbólica, allá arriba) de una creencia en el valor del texto que presenta. El autor del mismo, por otro lado, en muchos casos considera que a su obra no le vendrían mal unas palabras previas que lo apuntalen amistosamente, y que quizá incluso puedan ayudar a su mejor comprensión. Puedo dar fe de lo primero, sin duda, pero nunca estaré seguro de lo segundo. 
       Ahora bien, conozco a Esteban Prado desde hace un lustro, y durante todos estos años sé que se ha dedicado con ahínco y verdadera pasión a estudiar la obra de Héctor. Ha recorrido librerías y bibliotecas de todas partes en busca de ese dato perdido que a la larga puede resultar fundamental. Se ha topado con muros impensables y abismos abstractos que no lo han amedrentado, y fruto de su persistencia ha encontrado más de una perla para su botín crítico. Este libro es una prueba fehaciente de su tenacidad y sus hallazgos. 
       Acá, el lector ávido de estímulos encontrará muchos para abordar la obra de un autor siempre catalogado como difícil por los degustadotes de llanezas y vacuidades. Por otra parte, el crítico podrá disfrutar de un recorrido detallado y analítico de los distintos libros publicados por Héctor, la mayoría de ellos contextualizados y puestos en relación con ideas y problemáticas que hoy en día son más actuales que nunca, quizá paradójicamente por su aparente inactualidad. 
       Posible ejemplo de lo antedicho es la lectura que realiza Prado de Memorias de un semidiós. Esta suerte de relato policial, de estructura deshecha e imaginario en ruinas, parece resumir a la perfección la concepción literaria libertelliana. Es como si él hubiera comprendido, antes que nadie, que ésa era la única forma posible de escribir ficción en Argentina. Vaya esta cita como prueba de calidad de cualquier texto en serio o en serie que se escriba en nuestra dulce tierra: “Establecer desde dónde se narra no es una posibilidad, pasado y futuro se trastocan permanentemente: El futuro aparece como recuerdo, el pasado como premonición y el presente como incerteza”. 
       Tal vez para mitigar esa inestabilidad fundamental es que hay una fuerte concepción filosófico-psicológico-teórica en toda la obra de Héctor. La presencia de Nietzsche en su primer libro es insoslayable, Roland Barthes está muy presente en Las sagradas escrituras, y Freud, Lacan y Derrida revolotean como fantasmas en sus textos de madurez. Esteban Prado, sin embargo, se aboca a una puesta en relación con Giorgio Agamben. El viejo concepto de utopía, renovado por el filósofo italiano, le sirve en este caso para establecer interesantes conexiones con el hermetismo libertelliano. 
       La literatura es posible porque la realidad es imposible, rezaba una vieja consigna de la revista Literal. Tal vez dentro de poco se pueda afirmar que la literatura de Héctor, en parte gracias a este libro, ha perdido su aura imposible para entrar en un nuevo universo posible. Tal vez el trazo de la letra como caverna, como refugio, como hogar, pueda ya ser visto como una forma informe de resistencia, y no tanto de huida, frente los embates de una exterioridad demasiado demandante para con el yo más íntimo del sujeto creador. El hermetismo, así, también podría ser considerado como un juego y una pequeña venganza de ese niño sabio que todos llevamos dentro, pero que muy pocos se atreven, ya adultos, a manifestar sin reparos. 
       El ensayo que leerán a continuación, como el mismo autor lo confiesa, es el testimonio o registro de cómo la historia de un joven lector puede ser modificada por el encuentro con una obra única. Es un recorrido. Nadie está obligado a hacerlo propio. Por mi parte, creo que si algo he aprendido de los textos de Héctor acá releídos es esa capacidad para el repliegue de fuerzas cuando el mercado pide una avanzada y una invasión del territorio ajeno. En otras palabras, creo que todo prologuista debe saber cuándo retirarse. Por eso me tomo el trabajo de anunciar que el próximo párrafo será el último de este prólogo. 
       Para terminar, entonces, tampoco querría privarme de una confesión de lectura. Sentí, al atravesar el umbral de este libro, que si tuviera que defender la obra Héctor en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para mí, en la noche de su velatorio, haber conocido ya a Esteban Prado. Sentí que si yo, entonces, hubiera podido elegir o soñar ese encuentro, este es el libro que hubiera elegido o soñado escribir con él. Así, empuñaríamos con firmeza el cuchillo (o la lapicera), que acaso no sabríamos manejar, y saldríamos juntos a la llanura, espalda contra espalda, para enfrentar a los compadritos y los malhechores de rigor

       Prólogo a Libertella: Maestro de lecto-escritura. Un recorrido de Esteban Prado. Puente aéreo Ediciones, Mar del Plata, 2014.

lunes, 1 de marzo de 2010

Si la religión feroz del dinero devora el futuro (2)

       Pero en esta época nuestra, demasiado vieja para creer verdaderamente en nada y demasiado listilla para estar verdaderamente desesperada, ¿qué hay de nuestro crédito? ¿Qué hay de nuestro futuro?
       Bien mirado, existe aún una esfera que gira toda ella en torno al perno del crédito, una esfera a la que ha ido a parar toda nuestra pistis, toda nuestra fe. Esa esfera es la del dinero, y la banca –la trapeza tes pisteos– es su templo. El dinero no es sino un crédito, y de ahí que muchos billetes (la esterlina, el dólar, si bien no, quién sabrá por qué, quizás esto nos debería haber hecho sospechar algo, el euro) aún lleven escrito que el banco central promete garantizar de alguna manera ese crédito. La consabida “crisis” que estamos atravesando –pero ya ha quedado claro que eso a lo que llamamos “crisis” no es sino el modo normal en que funciona el capitalismo de nuestro tiempo– comenzó con una serie de operaciones irresponsables sobre el crédito, sobre créditos que eran descontados y revendidos decenas de veces antes de que pudieran ser realizados. En otras palabras, eso significa que el capitalismo financiero –y los bancos, que son su órgano principal– funciona jugando con el crédito, que es tanto como decir la fe, de los hombres.
       La hipótesis de Walter Benjamin según la cual el capitalismo es en verdad una religión –y la más feroz e implacable que haya existido nunca, pues no conoce redención ni tregua– hay que tomarla al pie de la letra. La Banca, con sus grises funcionarios y expertos, ha ocupado el lugar que dejaron la Iglesia y sus sacerdotes. Al gobernar el crédito, lo que manipula y gestiona es la fe: la escasa e incierta confianza que nuestro tiempo tiene aún en sí mismo. Y lo hace de la forma más irresponsable y sin escrúpulos, tratando de sacar dinero de la confianza y las esperanzas de los seres humanos, estableciendo el crédito del que cada uno puede gozar y el precio que debe pagar por él (incluso el crédito de los estados, que han abdicado dócilmente de su soberanía). De esta forma, gobernando el crédito gobierna no solo el mundo, sino también el futuro de los hombres, un futuro que la crisis hace cada vez más corto y decadente. Y si hoy la política no parece ya posible es porque de hecho el poder financiero ha secuestrado por completo la fe y el futuro, el tiempo y la esperanza.
       Mientras dure esta situación, mientras nuestra sociedad que se cree laica siga sirviendo a la más oscura e irracional de las religiones, estará bien que cada uno recoja su crédito y su futuro de las manos de estos lóbregos, desacreditados pseudo-sacerdotes, banqueros, profesores y funcionarios de las varias agencias de rating. Y acaso lo primero que hay que hacer sea dejar de mirar tanto hacia el futuro, como ellos exhortan a hacer, y volver un poco la vista al pasado. Pues solo comprendiendo lo que ha sucedido, y sobre todo tratando de entender cómo ha podido ocurrir será posible, quizás, reencontrar la propia libertad. La arqueología –no la futurología– es la vía de acceso al presente.

Publicado el 16 de febrero en La Repubblica.
Traducción: Álvaro García-Ormaechea.