martes, 3 de noviembre de 2009

Un ajedrecista llamado Humphrey Bogart

       "Bogart tenía un modesto lugar en el teatro como director de escena y actor de reparto y había recibido una oferta en Hollywood, cuya industria necesitaba actores que supieran hablar, mientras aprendían a hacerlo las estrellas del cine mudo. El actor marchó solo a Los Ángeles y luego de una estancia de algunos meses su contrato no fue renovado. Los productores adujeron la baja estatura y el labio partido, que le producía un ceceo al hablar, como un impedimento para que Bogart llegara a ser un galán de la pantalla. Así que volvió a Nueva York, y luego de algunos tropiezos logró reanudar su relación matrimonial con (Mary) Phillips.
       No fue fácil encontrar trabajo. Nadie en Broadway se impresionaba por el hecho de que Bogart hubiese filmado películas en Hollywood. Las obras para las que era contratado no permanecían más de una semana en cartelera, y se veía en serios problemas financieros. La pareja tenía como vecinos a otros dos matrimonios de actores con quienes hicieron un “fondo común para comida”. Y como el hambre es inteligente, a Bogart se le ocurrió que una forma de conseguir ingresos extras era jugando ajedrez. Una vez lo intentó y fue a las galerías de la Sexta Avenida donde ofrecía jugar una partida por una apuesta de medio dólar. Al final del día los resultados fueron suficientes para colaborar “con el fondo de la comida”. Así que el actor iba por las mañanas a las galerías, entraba a un local u otro y esperaba a los apostadores.
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       En los círculos ajedrecísticos se cree que fue el propio Bogart quien sugirió incluir el ajedrez en la película. Pero Ann Sperber y Eric Lax, autores de una de las biografías más completas sobre el actor (Bogart, Tusquets, Barcelona, 1999), aseguran que fue Howard Koch el de la idea, pues la partida es una metáfora “de la complejidad ajedrecística que caracteriza a la intriga de Casablanca.
       La introducción del personaje de Rick Blaine es el tablero de ajedrez. Se ve también una copa de champaña vacía, un cigarrillo consumiéndose y un pagaré por un deuda de juego. Luego la cámara retrocede hasta un plano medio de Bogart frente al tablero, jugando una partida en solitario.
       Bogart, como hemos visto, era un estudioso de la defensa Francesa (y en el contexto de la película no podría más adecuada). Ésta es la posición con la que empieza la escena. Se ha llegado a ella después de 1. e4 e6 2. d4 d5 3. Cc3 Cf6 4. Ag5 Ae7 5. e5 Cfd7 6. h4 c5 7. Axe7 Dxe7. En este momento Rick es interrumpido y antes de abandonar el tablero toma el caballo de c3 y con un gesto de fastidio lo lleva a b5.
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       Finalmente Bogart contrajo matrimonio con Lauren Bacall en mayo de 1945. Ella tenía 20 y él 45 años. Y es que además de su elegancia y sus largas piernas, “me gusta su juventud –decía el actor–, su carnalidad y su actitud de ‘me tiene todo sin cuidado’”. Betty (Bacall) también superaba a todas las demás por algo muy sencillo: Sabía jugar ajedrez.
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       Después del nacimiento de su segundo hijo, la revista Silver Screen le preguntó cuáles eran las cosas más importantes en su vida. Bogie enumeró cuatro: la familia, el cine, la navegación y el ajedrez."

       La nota completa acá.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Justicia Poética

Por Germán Cáceres

       Esta novela se proclama chandleriana desde su título. Escrita en primera persona, su protagonista –cuyo nombre no se revela– ironiza sobre los acontecimientos que vive con una visión entre romántica y desencantada, digna del mismo Philip Marlowe.
       El libro se abre con un curioso prólogo de Alan Moon, donde hace una apología del ajedrez –tan vinculado por su lógica al proceso de la novela enigma– y afirma que “prefiere mil veces leer una novela escrita por un ajedrecista que soportar a los novelistas hablando de ajedrez”.
       La historia comienza cuando un adolescente contrata al detective para localizar a una modelo. En su búsqueda, nuestro héroe recorre una gran ciudad –también sin nombre como él– y allí se topa con personajes excesivos y excéntricos. La urbe ficcional adquiere sesgos fantasmales que invitan al lector a pensarla como una metrópolis monstruosa, mezcla de Córdoba, Buenos Aires y tal vez Nueva York.
       La trama atrapa por la calidad de los diálogos, ya que impera en ellos un sarcasmo por momentos brutal, salidas ocurrentes y réplicas brillantes. Se palpa la respiración del ingenio y la ironía de Chandler, pero muchas bellas imágenes y situaciones revelan que Damiani también es asiduo lector de Horace McCoy, Jim Thompson y Elmore Leonard, entre muchos otros.
       El narrador transita con humor por los tics y clichés de la novela negra, adoptando una clave paródica que alcanza la desmesura con una auténtica invasión de mujeres fatales dispuestas a devorar hombres. Sin embargo, esta parodia no sólo homenajea al género, sino que en el fondo está impregnada por un sentimiento de vacío, soledad y frustración. Un personaje femenino se pregunta: “¿O que llegado un momento no vas a sentir ese hastiante hastío por la vida que se ve que sienten esos millones de personas que andan por la calle como perdidos en la selva?”.
       La modelo comparte el nombre con la hermana del protagonista, y este recurso hace que la historia no sólo avance, sino que también retroceda por medio de evocaciones que a veces rayan con lo onírico. La narración, de esta forma, se desvía saludablemente haciendo que realidad y sueño se entremezclen mientras los hechos se tornan vagos e imprecisos. Esta atmósfera difuminada es la que permite que la resolución caprichosa del caso se vuelva convincente, puesto que pierde importancia ante el terreno ganado por la poesía.
       Por último, el libro nos regala una “mirada del adiós”, cuando el protagonista reflexiona que “los muertos siempre están vivos para nosotros de una u otra forma, y que en cambio nosotros, los vivos, estamos muertos para ellos”.

       Nota publicada en la revista “El Gato Negro” (1995).

domingo, 1 de noviembre de 2009

Novela porteña versus novela nacional

       "Partiendo de un juicio de Julio Cortázar como disparador, los escritores Martín Kohan, Marcelo Damiani y Fabián Soberón reflexionaron en una mesa redonda sobre la antinomia entre la novela de Buenos Aires y la del resto de la Argentina. Debate y opiniones cruzadas sobre la crítica y los medios".

       Por Román García Azcárate.

       La nota completa acá.