Por Ezequiel De Rosso
Es ya casi un lugar común preguntarse por la relación entre Franz Kafka y Max Brod. Para plantear la cuestión de nuevo, tal vez sería necesaria la escritura de un texto que pensara esta relación como Borges pensó la relación de Kafka con sus precursores. Tal vez pueda leerse El sentido de la vida como un intento de puesta al día de esta relación.
Es curiosa la experiencia de lectura de El sentido de la vida de Marcelo Damiani: Si el lector preguntara de qué se trata la "novela' (la denominación es de Damiani), se dirá que el libro se presenta como una recolección (realizada por Damiani y prologada por Alan Moon, un personaje recurrente en la ficción del autor) de textos atribuidos a Gabriel Revel, un guionista, tal vez un músico y un experto en el manejo del juego de video “El sentido de la vida”. Sin embargo, también es cierto que todos estos "hechos" pueden ser falsos y que, por lo tanto, en virtud de una serie de inversiones y contradicciones, es posible que nada de esto pueda ser afirmado. Los textos de Revel, además, vuelven obsesivamente sobre las cuestiones que trabajan Damiani y Moon, las desama e invierte, por lo que se tiene la impresión de un texto que no avanza, y que no hace más que discutir y argumentar sobre las relaciones entre arte y vida que le preocupan a Damiani, el testario. Así, El sentido de la vida se da a leer como un texto en el que se cuenta mucho, demasiado, y del que finalmente nada definitivo puede decirse.
A esta confusión, El sentido de la vida agrega una tesis que, si se quiere, funciona de supuesto o, tal vez, de corolario: “Toda vida convertida en palabras es pura ficción”. Esta tesis explica la división en dos partes que tiene la novela (la selección de textos y los apartados “Arte y vida” que se presentan como la explicación biográfica de los textos antologados), aparentemente dos compartimientos estancos que, sin embargo, todo el tiempo se contaminan entre sí. Así, el prólogo de la novela, firmado por Alan Moon, insiste en arrogarse la autoría y transforma al autor de la novela en un personaje más, con quien Moon dialoga. Así, los textos de Damiani se parecen mucho a los de Revel. Así, Gabriel Revel es presentado primordialmente como guionista (en Adiós, pequeña, la novela previa de Damiani, se nos indica que el libro ha sido transformado. en guión por Revel), es decir como quien intenta fugar de la representación lingüística para construir sus relatos. Y sin embargo, el libro no nos presenta los guiones de Revel, sino otros textos (poemas y relatos, sin poder distinguir, entre estos, aquellos que se presentarían como ficcionales y aquellos que se presentarían como verídicos) que ayudan a la confusión entre biografía y ficción que sostiene el libro. La primera operación que se percibe en El sentido de la vida, entonces, es la clausura por la cual toda representación lingüística es una ficción que contamina los géneros, tornándolos indecidibles, categorías en fuga o desapariciones siempre inminentes.
Pero El sentido de la vida no es una novela sobre las palabras en general, sino sobre la palabra escrita. En este sentido, la novela despliega una parafernalia de paratextos que no pueden menos que agobiar al lector. No se trata sólo del prólogo y de los apartados "Arte y vida" (que funcionan como comentario a los textos de Revel presentados), sino también del hecho de que cada apartado (de Revel o de Damiani) está encabezado por un epígrafe y más aun, que casi todos los textos atribuidos a Revel llevan dedicatorias. Curiosas dedicatorias que incluyen a famosos y desconocidos, epígrafes que incluyen a personajes, autores apócrifos y reales. Así, se trata de textos atribuidos a nombres tan sospechosos como “Walter Hego”, o a personajes como Alan Moon o Gabriel Revel, pero también de dedicatorias a Ricardo Piglia, Héctor Libertella o Carlos Dámaso Martínez. Un despliegue por el cual todo resulta contaminado por la ficción o la incerteza del origen.
Umbral, guía, mapa, los paratextos son siempre el espacio intersticial por el que un texto se comunica con el mundo externo. Más aun, los paratextos son inevitablemente índices de la escritura, funcionan, si se quiere, como meta-escritura, en la medida en que son imposibles en la oralidad (a diferencia de otros fenómenos meta identificables tanto en la escritura como en la oralidad). La saturación paratextual de El sentido de la vida resultaría entonces una sobre-exposición de la escritura de un relato en el que todos los índices confunden las categorías de ficción y no ficción.
Y es que la novela satura todos los espacios con esta doble inscripción paratextual. Por un lado, no dejan de exponer al texto como escritura, por el otro los textos no dejan de anclarse en el mundo externo (dedicatorias, prólogos, explicaciones, epígrafes) que el libro contamina de apócrifos. Reencontramos aquí el trabajo clausurante de la escritura de El sentido de la vida. Una escritura que predica que todo acto de lenguaje es una ficción.
Este corrimiento de los géneros no ficcionales, que aparecen contaminados por la ficción es una estrategia que acerca el libro de Damiani a los textos de varios escritores contemporáneos. En efecto, en una línea cuyos antecedentes pueden ubicarse en el Pálido fuego de Nabokov y para citar un caso recurrentemente olvidado en la literatura argentina, en “El perjurio de la nieve” de Bioy Casares, la verdadera historia detrás del sentido de la vida, es la historia de la apropiación de los textos. Se trata en efecto de un relato en el que lo que importa es cómo revestir de sentido los textos en función de la vida de un escritor, es decir, de dar sentido a esos textos. Esta lucha está planteada puntualmente en el prólogo (Moon disputa con Damiani la condición de verdadero “albacea” de los textos de Revel), pero recorre todos los fragmentos de la serie “Arte y vida” en la cual se debaten interpretaciones de los textos presentados y sobre todo, define, por un quiasmo irónico, el título del libro. Así, Damiani se inscribe en toda una línea de escritores latinoamericanos contemporáneos que parecen preocupados por la construcción de mistificaciones literarias en las que se puedan ver los mecanismos de legitimación de una escritura (particularmente se puede pensar en la obra de Roberto Bolaño, o en la de Jorge Volpi o en la de Mario Bellatin, pero también en la obra de Enrique Vila-Matas, tal vez el escritor español más cercano a los nombrados). Lo que agrega a esta línea la obra de Damiani es la construcción de un texto que fagocita sus relaciones con lo real exasperándolas: No hay tanto parodia en el texto como retorización de la parodia. O, para decirlo de otra manera: si los textos de Revel parecen esquemáticos (en el sentido en que parece tratarse más de estructuras de relato, o de apuntes para relatos, que de relatos en sí mismos) es porque lo que importa está en otra parte, está en las operaciones que realizan los albaceas literarios para leer sus textos.
Texto exasperado entonces. El sentido de la vida se constituye en juego de escritura, no borrando sus relaciones con el “mundo real”, sino saturándolas hasta la contradicción en sus paratextos: No construyendo un relato ficcional sino mezclando, licuando los géneros de la verdad y la ficción en un escritura que no sólo se exhibe como tal, sino que desvela y tematiza los mecanismos por los que una escritura circula en la sociedad. Como se dijo, se trata de pensar a Revel como un invento de Damiani, o, para el caso, de pensar a Kafka como una invención de Max Brod.
Ensayo publicado en el Nº 29 de la Revista Espacios (2002).
La imagen del texto de la revista acá.