Por Iván Thays
Las tonterías que dije fueron, principalmente, que el periodismo cultural en América Latina era mediocre, que la Feria del Libro de Bogotá estaba llena de gente (faltando un día para el cierre) pero todos paseaban, nadie compraba libros (salvo Sudokus rebajados en Panamericana), y que la última novela de García Márquez era malísima.
Que yo sepa, mis compañeros de mesa (Nicolás Morales y Carolina Sanin) estuvieron de acuerdo conmigo en todo lo que dije, pero como eran colombianos se les permitía la crítica. De un peruano invitado y engreído por la Feria, obviamente, se esperaba que sea políticamente correcto.
Ser políticamente correcto es, justo, el gran problema del periodismo cultural de América Latina. Uno debe ser políticamente correcto con las grandes editoriales, con los grandes autores de esas editoriales, con el público lector que no suele ser académico, e incluso con el libro mismo como objeto, tratándolo con reverencia, como si fuera sagrado y no un objeto de consumo más (una persona entre el público, por ejemplo, dijo que la misión de los reseñistas en los diarios debería ser “presentar” el libro y no criticarlo porque eso es muy ¨subjetivo”).
Sin embargo, reconozco que sí fui políticamente correcto y no dije lo que, me parece, que sucede en Colombia y es que ha habido un impresionante descenso en la calidad de sus editoriales. Alguna vez, Colombia traducía autores imprescindibles del siglo XX a través de Oveja Negra. Alguna vez Colombia tradujo libros difíciles de vender, aunque extraordinarios, como los de Gesualdo Bufalino (incluyendo los aforismos El Malpensante), Marca de agua de Joseph Brodsky o La Punta de Charles D’Ambrosio. Pero la realidad es que cada vez sus editores y sus autores, a manera de pacto, se han vuelto más conservadores. No son libros mal escritos, incluso algunos son buenísimos como Tomás González (por no mencionar a algunos que considero amigos míos y convertir este post en un cherry), pero tampoco son autores que se atrevan a salirse del marco propuesto por las editoriales: secuestros, narcotráfrico, sicarios, minimalismo, realismo rabioso.
No es de extrañar pues que, como se quejaba Nicolás Morales, los diarios le den tanta cobertura a un autor como Jorge Franco (quien acababa de presentar Santa Suerte en Planeta), y no sólo cobertura literaria sino incluso que apareciera preparando un ajiaco en una revista de Sábado (no sé si eso ocurrió o no, pero fue un ejemplo muy mencionado). Estuve de acuerdo con Nicolás que esa exposición es un síntoma de lo conservadora que se ha vuelto la prensa cultural en cualquier parte del mundo, que prefieren darle página completa al autor que es la apuesta de una editorial antes que a sus propias apuestas...
Lo que realmente me llamó la atención de la mesa redonda fue una idea que Carolina Sanín (tímida en esta mesa, me dicen que suele ser más combativa) dejó flotando en el aire y es que la crítica literaria no solo debería decir si es bueno o no un libro, sino ser una reflexión sobre el ejercicio literario. Me pareció una frase brillante y que de algún modo subraya en lo que, durante toda la noche, quise decir y es que si el periodista cultural o reseñista expone con claridad los argumentos con los que juzga las obras, más allá de la valoración posterior, el lector tendrá herramientas para calificar lo acertado o no de ese juicio, aceptarlo o no, cuestionarlo o no. Y es que el ejercicio del periodismo cultural no sólo debe ser un monólogo dictado por un árbitro del buen gusto, sino antes que nada un diálogo entre un libro (o una lectura, más bien) y su lector...