lunes, 3 de enero de 2011

Máquina Woody

"El suplicio es siempre no poder desprenderse de uno mismo."

Sören Kierkegaard


Alguna vez dijo que lo único que lamentaba era no ser otra persona, tal vez sin darse cuenta que ahí no sólo condensaba su filosofía de vida, sino que también proporcionaba una de las claves quizá más importantes para contemplar su obra. Allan Stuart Konigsberg siempre quiso ser otro. Por eso rápidamente se apodó Woody, a mitad de camino entre el chiste fácil (woody en slang significa erección), la caricatura (Woody Woodpecker es El Pájaro Loco) y el ideal masculino inalcanzable: Bogey (apodo de Humphrey Bogart). No es casual que uno de sus primeros grandes éxitos sea la obra de teatro Play it again, Sam (1969) donde utiliza la figura de su ídolo y el final de la ya por entonces mítica Casablanca (1942) para construir por contraste su propio personaje. Así, en Sueños de un seductor (1972) de Herbert Ross, basada en su obra, Woody encarna a Allan Felix, tímido y torpe como él solo puede serlo cuando hay una mujer cerca, a excepción de la esposa de su mejor amigo: Linda. Los grandes momentos de la película suceden cuando la inseguridad de Allan proyecta la figura de Bogart.
Siempre seguro de sí mismo, con el infaltable impermeable gris, Bogey encarna a una suerte de mentor fantasmal que le imparte a su pobre pupilo duros consejos sobre cómo tratar a las mujeres. Así, Woody se postula como una parodia de Bogey, aunque es el imaginario de Woody el que proyecta a Bogey. El procedimiento funciona así: Cuando la incertidumbre paraliza a Woody, llevándolo al monólogo o al soliloquio, allí aparece Bogey (para impulsarlo a actuar); y cuando Woody actúa, desaparece Bogey. Y también Allan y Allen. Porque lo que queda al descubierto es el mecanismo de funcionamiento de esa máquina llamada Woody. El verdadero motor inmóvil de toda su estética es ese deseo de devenir otro, como lo demuestra la interminable sucesión de nombres, películas, libros, historias y anécdotas que su genio no puede parar de perpetrar, motivado por su ya famoso inconformismo universal.

El texto completo acá.

domingo, 2 de enero de 2011

Message in a Bottle

By Marcelo Damiani

       I am writing the story of this raft –which its captain keeps calling “ship”– and of its eternal veering towards starboard. The obvious incoherence of our course prevents me from talking about the subject. I am an insignificant part of the crew. I don’t speak, I don’t move, I don’t do anything at all. I just try to emphasise the differences between the captain and me. Ambivalent, voluble, mediocre, the captain, my enemy, doesn’t know about my existence – I am well hidden in the large crowded raft. He doesn’t even suspect what I am planning to do because he has a lot of troubles – even though he calls them “hobbies”. His favourite one, no doubt, is feeding the sharks. His method, supported by the stupid crew, is to kick the idlers and the loafers out of the raft, in order to offer them to Neptune. That is, he says, a necessary sacrifice. That is, I say, simple murder. (Besides, he also likes killing people’s ideas, and if that doesn’t work, he kills people that have ideas. Maybe it is not stretching the truth too far to say that he vindicates criminals.) Stealing a bow and a couple of arrows, practising for a while, becoming an expert and looking for the opportunity to fill his mouth with something solid, is one of my best ideas for killing him. But I am not sure, and it is not because I am afraid of him. There is a real danger that the ignorant masses will end up transforming him into a martyr. This way, instead, I am sure he will win an historical, sempiternal hate for his own merit. And I, meanwhile, can keep insulting him, writing, imagining his death in vain. Because I have nothing else to do as we sail in circles on the open sea.

       The original short story in Spanish is here.

sábado, 1 de enero de 2011

La ley del texto

Por Jacques Derrida


       Un texto no es un texto más que si esconde a la primera mirada, al primer llegado la ley de su composición y la regla de su juego. Un texto permanece además siempre imperceptible. La ley y la regla no se esconden en lo inaccesible de un secreto, simplemente no se entregan nunca, en el presente, a nada que rigurosamente pueda ser denominado una percepción.