La primera vez que escuché el nombre de Roberto Bolaño pensé que me estaban hablando de Roberto Gómez Bolaños, ese actor mexicano que se hizo famoso con El Chavo. ¿Qué tendrá que ver, recuerdo haberme preguntado, el creador de El Chavo del 8 con La Literatura nazi en América? ¿Sería posible que el Chavo fuera nazi? O tal vez Bolaños, como todo actor subido a la escalera de su ego, finalizado el éxito de su personaje, se había puesto a hacer declaraciones estridentes para volver a llamar la atención. Pero obviamente no era nada de esto. Roberto Bolaño, salvo el sospechoso parecido nominal, no tenía nada que ver con Roberto Gómez Bolaños. Era un escritor chileno, casi secreto, trotamundos y erudito, por no decir cuasimaldito, que después de haber padecido un destino bien latinoamericano, con encarcelamiento político, huida argentina y agitada estadía en México, había terminado viviendo en un pueblito costero llamado Blanes, a una hora en tren de Barcelona. Había llegado ahí por puro azar, según me confesó en la entrevista que tuve la suerte de hacerle en 1999, y al final ahí cerca terminó muriendo, el 15 de julio de 2003.
viernes, 3 de junio de 2011
jueves, 2 de junio de 2011
Hace años que lo vengo diciendo...
Un grupo de expertos consideró que las radiaciones que emiten los teléfonos celulares son "posiblemente cancerígenas". Aclararon que por ahora la evidencia es limitada, pero aconsejan reducir su uso.
La nota completa acá.
miércoles, 1 de junio de 2011
"El lenguaje desmitificado" (continuación)
Las preguntas que este libro póstumo de Héctor Libertella plantea a la masa pueril de etnografía y fetichismo de la subjetividad en que se solaza la literatura argentina contemporánea son varias y diversas. Sin embargo, hay dos, fundamentales, sobre las que vale la pena detenerse especialmente, sobre todo porque en ellas se define su efectuación política.
En primer lugar, a diferencia de lo intentado por la tecnicatura de la felicidad etnográfica oficial, en la literatura libertelliana el objeto a desmitificar no son los discursos sino el lenguaje mismo. La literatura libertelliana empieza donde termina la de Puig. De allí su desencuentro irremediable con la ilusión que ciñe la imaginación etnográfica actual, apoyada en una lectura sesgada y pobretona de Puig donde los discursos sociales adquieren raudamente la testarudez del referente. Libertella no denuncia la cristalización ideológica, la costra sedimentada de los discursos; pone en escena el fascismo de un lenguaje que es a la vez casa, cárcel y laberinto y que crea un espejismo de libertad a fuerza de imponer restricciones, que dispone posibilidades imponiendo obligaciones. Los textos que componen este libro dan cuenta de una escritura cuyo deseo es plenamente paragramatical: burlar el significado, la ley, el padre, lo reprimido; es decir: escribir a merced de lo múltiple, de lo plural, de lo ambiguo.
En segundo lugar, los cuatro elementos fundamentales del universo –es decir, del fantasma– literario libertelliano flotan sobre el texto en las formas del infinitivo. Jugar, beber, escribir, leer, configuran, más que formas sólidas e intransitivas, prácticas líquidas en tránsito ligadas a una economía inversa: se bebe por beber (y no para salir de la melancolía o para tomar coraje), se juega por jugar (sin el deseo oportunista de pegar el pleno, dar el batacazo o salvar una corrida), se escribe por escribir (y no para decir algo en la servidumbre de la instrumentación: se escribe, como en "Literal", para ver qué pasa, para saber qué puede ser escrito), se lee por leer (y no para detentar o acumular un Saber en propiedad).
La de Libertella es una literatura que ironiza sobre la justicia de las Causas y sobre la legitimación por los Fines. Se quita a toda ilusión heroica y a toda extorsión moral. Crece yendo a pérdida. Prolifera en elipsis y se hace única en la multiplicación de las versiones e interversiones. Declaradamente antihumanista, sigue y borra su propio rastro: quiebra las cuartadas de la buena conciencia y de la mala fe, desacata demandas y se pone fuera de toda conveniencia con el deber ser. Es por ello que, por contraste, pone al desnudo la canallada de las literaturas actuales, que resignan su propio deseo para seguir –cual claves del éxito– las ordenanzas de la cultura, la realidad, la política y el mercado.
En primer lugar, a diferencia de lo intentado por la tecnicatura de la felicidad etnográfica oficial, en la literatura libertelliana el objeto a desmitificar no son los discursos sino el lenguaje mismo. La literatura libertelliana empieza donde termina la de Puig. De allí su desencuentro irremediable con la ilusión que ciñe la imaginación etnográfica actual, apoyada en una lectura sesgada y pobretona de Puig donde los discursos sociales adquieren raudamente la testarudez del referente. Libertella no denuncia la cristalización ideológica, la costra sedimentada de los discursos; pone en escena el fascismo de un lenguaje que es a la vez casa, cárcel y laberinto y que crea un espejismo de libertad a fuerza de imponer restricciones, que dispone posibilidades imponiendo obligaciones. Los textos que componen este libro dan cuenta de una escritura cuyo deseo es plenamente paragramatical: burlar el significado, la ley, el padre, lo reprimido; es decir: escribir a merced de lo múltiple, de lo plural, de lo ambiguo.
En segundo lugar, los cuatro elementos fundamentales del universo –es decir, del fantasma– literario libertelliano flotan sobre el texto en las formas del infinitivo. Jugar, beber, escribir, leer, configuran, más que formas sólidas e intransitivas, prácticas líquidas en tránsito ligadas a una economía inversa: se bebe por beber (y no para salir de la melancolía o para tomar coraje), se juega por jugar (sin el deseo oportunista de pegar el pleno, dar el batacazo o salvar una corrida), se escribe por escribir (y no para decir algo en la servidumbre de la instrumentación: se escribe, como en "Literal", para ver qué pasa, para saber qué puede ser escrito), se lee por leer (y no para detentar o acumular un Saber en propiedad).
La de Libertella es una literatura que ironiza sobre la justicia de las Causas y sobre la legitimación por los Fines. Se quita a toda ilusión heroica y a toda extorsión moral. Crece yendo a pérdida. Prolifera en elipsis y se hace única en la multiplicación de las versiones e interversiones. Declaradamente antihumanista, sigue y borra su propio rastro: quiebra las cuartadas de la buena conciencia y de la mala fe, desacata demandas y se pone fuera de toda conveniencia con el deber ser. Es por ello que, por contraste, pone al desnudo la canallada de las literaturas actuales, que resignan su propio deseo para seguir –cual claves del éxito– las ordenanzas de la cultura, la realidad, la política y el mercado.
Aparecido en Revista Ñ el 31-12-11.
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