La primera vez que escuché el nombre de Roberto Bolaño pensé que me estaban hablando de Roberto Gómez Bolaños, ese actor mexicano que se hizo famoso con El Chavo. ¿Qué tendrá que ver, recuerdo haberme preguntado, el creador de El Chavo del 8 con La Literatura nazi en América? ¿Sería posible que el Chavo fuera nazi? O tal vez Bolaños, como todo actor subido a la escalera de su ego, finalizado el éxito de su personaje, se había puesto a hacer declaraciones estridentes para volver a llamar la atención. Pero obviamente no era nada de esto. Roberto Bolaño, salvo el sospechoso parecido nominal, no tenía nada que ver con Roberto Gómez Bolaños. Era un escritor chileno, casi secreto, trotamundos y erudito, por no decir cuasimaldito, que después de haber padecido un destino bien latinoamericano, con encarcelamiento político, huida argentina y agitada estadía en México, había terminado viviendo en un pueblito costero llamado Blanes, a una hora en tren de Barcelona. Había llegado ahí por puro azar, según me confesó en la entrevista que tuve la suerte de hacerle en 1999, y al final ahí cerca terminó muriendo, el 15 de julio de 2003.