Por favor les
pido que sostengan el hilo de oro del pensamiento de Mallarmé y retengan el
concepto de interposición que él utiliza. Entonces, de un lado tenemos el mar,
que es una totalidad (pueden pensar por ejemplo en el mar que rodea la isla
donde transcurren las historias de Marcelo Damiani), y del otro lado, nuestra
mirada; en medio está el libro. Es decir que el libro parece tener esta función
de interceptar la totalidad, aludiendo sin embargo constantemente a ella. O sea
que el libro intercepta la totalidad pero a la vez nos comunica con ella. Esto
es algo fundamental, creo, y distintos escritores lo usan de distintas formas,
y algunos (más ingenuos o más astutos, depende de cómo se lo mire, en
literatura nunca se sabe) ignoran este carácter de interposición de la
totalidad. Marcelo Damiani creo que usa constantemente esta idea y lo hace de
un modo muy astuto y productivo. ¿Cómo lo hace? Veamos.
Creo que no es
casual que su primer libro, Adiós,
Pequeña, sea una novela policial, porque el policial es justamente esta
forma moderna de la interposición. Para concebir una novela policial como
totalidad, es decir, como el enigma revelado, y para poder atar todos los cabos
sueltos de la historia tenemos que llegar al final. De modo que el libro es esa
interposición entre nosotros y la totalidad. Creo que Marcelo, a quien a partir
de ahora comenzaré a llamar por su nombre de pila por razones que se verán más
adelante, hace muy bien esto en su primer libro, que es el que más propiamente
podemos llamar policial, y lo hace muy bien porque entiende esa totalidad como
una unidad, y la unidad llega al final. Es la unidad trinitaria, es la unidad
de la santísima trinidad. El gran problema teológico de la trinidad es
reescrito en clave policíaca por Marcelo. El enigma trinitario: ¿Cómo es
posible que uno sean tres? El problema de la consubstancialidad del padre, del
hijo y de esa figura fantasmal del espíritu santo. Uno puede más o menos visualizar
al padre y al hijo, pero no al espíritu santo. ¿Qué es el espíritu santo? ¿Es
un pájaro? ¿Es un avión? ¿Son las lenguas de fuego que descienden sobre los
apóstoles y les permiten hablar en diferentes lenguas? No lo sabemos,
ciertamente, no lo sabemos. El espíritu santo es un misterio. ¿Y qué pasa
entonces? Marcelo toma ese carácter enigmático del espíritu santo y lo inviste
de una especie de halo policíaco, el espíritu santo es como si fuera un
detective. Entonces la respuesta de Marcelo sobre quién es el espíritu santo sería
que es el detective que Dios padre contrata para sacar a Cristo del turbio,
turbio embrollo en que se ha metido con los romanos. Esta es mi lectura de su
primera novela. En realidad no quisiera yo revelar los fundamentos de esta
interpretación, no porque no los tenga, naturalmente los tengo y son muy
consistentes, sino porque se trata de una novela policial, y estoy seguro de que
algunos de los aquí presentes aún no han leído este libro, de modo que no voy a
revelar completamente las articulaciones mayores de mi idea. Pero sí creo que
en estos argumentos teológicos-policíacos hay una influencia remota del más
ilustre antepasado de Marcelo, el teólogo italiano Pier Damiani, o Pier di Damiano
o Pietro Damiani, ya que la onomástica es fluctuante en la Edad Media. Como
ustedes saben Pier Damiani fue uno de los escritores más prolíficos de su
época, y uno de los intelectuales más refinados del Siglo XI. Damiani fue
ubicado por Dante, por ejemplo, en el paraíso, y, como los lectores argentinos
sabemos, es el inspirador de un célebre cuento de Borges: “La otra muerte”.
Pier Damiani escribió unos libros bastante raros. Hay uno en el que sostiene
que la omnipotencia de Dios es tal que le es posible (esto lo dice Damiani, no
yo, es decir, Pier o Pietro) devolverle, a una mujer que la ha perdido, su virginidad. Y
creo que aquí hay una idea de himen, que es muy importante y que quisiera
vincular al concepto inicial de interposición. Es decir, el himen es aquello
que se interpone. Y me parece que una himenología (término que tomo de Derrida,
no lo inventé yo ni Damiani), una lógica de la interposición, es sumamente
importante en las novelas de Marcelo. El problema de la himenología, de la interposición,
del umbral, y de aquello que divide o separa es central en su segunda novela: El sentido de la vida. Allí él continúa
robándole argumentos a su lejano pariente, pues como ustedes seguramente recuerdan, uno de
los capítulos es un partido de golf entre Moisés, Cristo y Dios Padre. No
tenemos al espíritu santo aquí, cumplió su trabajo en el libro anterior y lo licenciamos.
Naturalmente el partido lo gana Dios Padre, quien por supuesto no juega a los
dados, lo cual sería muy timbero; juega al golf. Acá, por otra parte, parece haber una respuesta a todos aquellos que alguna vez se han preguntado qué hace y cómo es Dios. Ahora sabemos que Dios Padre hace deportes y es moderno. Dios Padre es canchero; Dios
Padre es cool.
Pero lo
fundamental en cuanto al problema de la interposición o de la himenología es
que este libro está lleno de puertas, ventanas, ventanillas, marcos y paredes
que yo creo que configuran esta idea de lo interpuesto. Los personajes están en
habitaciones aparentemente separadas que en realidad no sólo no están separadas
sino que están unidas, el punto de vista del narrador por momentos unifica lo
separado y esta himenología o transposición de un lugar a otro es constante: Paredes,
puertas, ventanas, ventanillas de autos, las diferentes irrealidades que se
separan a partir de los espejos, hay irrealidad uno, irrealidad dos, etcétera, están
vinculadas también con esta himenologìa. Entonces tenemos esta lógica de lo que
se interpone constantemente. Me parece que este problema del umbral, que a mí
me gustaría seguir llamando himen, aparece refigurado de una manera muy teatral
en su novela El oficio de sobrevivir.
Allí, ustedes recordarán esa escena en la cual el escritor (quien ha olvidado si
escribió o no otra novela) se dispone a tener una distracción amorosa con una
señorita. Pero ella le exige algo. Le exige interponer entre los dos una sábana,
con un orificio debidamente colocado en medio, para por lo menos permitir que
el acto se lleve a cabo y que este nuevo himen no lo prohíba todo. Entonces el
novelista accede a dicha petición, y ahí se produce una escena muy cómica, de
la cual voy a leer un fragmento, porque el novelista cree que se va a poder
deshacer de esta suerte de sábana que en realidad es una tela, un velo. El
narrador cree que la va a poder sacar, en el fragor de la batalla sexual (para
llamarla de algún modo) pero en realidad no puede y ahí dice:
“Ella tenía
una habilidad sorprendente (ya me imaginaba conseguida dónde) para mantener la
sábana entre nosotros, como si se tratara una barrera imposible de franquear.
Mi vago recuerdo de esa primera vez es que apenas le pude tocar un hombro; la
segunda creo que alcancé a acariciarle un tobillo; la tercera, la parte
delantera del cuello. Sin embargo, al poco tiempo aprendí a moverme con la
habilidad necesaria para que la sábana no la envolviera por completo, y poder así
tocarle los pechos y las piernas”.
Entonces como
ven aquí el himen ha excedido su competencia natural, normal, y se ha extendido
por todo el cuerpo, es una especie de hiperhimen el que inserta Marcelo en su
novela. Cuando yo leí este fragmento enseguida surgió en mi mente un fragmento
de Lacan. Aprovecho que estamos en esta capilla sagrada del sindicato psicoanalítico
argentino para citar a uno de sus sacerdotes más encumbrados. Retengan esta escena de la novela
de Marcelo con ese hiperhimen ahí dando vueltas. Y pasemos al fragmento de
Lacan, tan lindo la verdad, del Seminario 20, seguramente muchos psicólogos acá lo van a
reconocer en seguida, por favor no me corrijan si incurro en algún paralogismo
o extrapolación, ya que todo el mundo lo hace cuando habla de Lacan. “Como lo
subraya admirablemente esa suerte de kantiano que es Sade, sostiene Lacan: No
se puede gozar más que de una parte del cuerpo del otro, por la sencilla razón
de que nunca se ha visto que un cuerpo se enrolle completamente hasta
incluirlo y fagocitarlo, en torno al cuerpo del otro. Por eso nos vemos
reducidos a un pequeño abrazo, así a tomar un antebrazo o cualquier otra cosa”.
Creo que hay una gran afinidad con esa escena, en realidad es bien profunda,
porque lo que tenemos aquí es esa sábana, esa figura bien interesante, y que
para mí está emparentada y es cómplice de las ventanas, los umbrales, las
ventanillas de El sentido de la vida,
y creo que expresan una forma erótica de pensar la novela. Lacan decía
justamente que los seres humanos, por ser seres sexuados, al acceder a la
sexualidad lo hacen de modo parcial. Es decir, las pulsiones son siempre
pulsiones parciales, no habría una pulsión total. Ahora, al acceder a nuestro
cuerpo sexuado, un cuerpo parcelado de modo significante, en las zonas erógenas,
perdemos algo que es del orden de la totalidad. Así, algo perdemos, algo se
desprende, algo se nos va. Eso que se nos va es muy importante para Lacan, y es
como cuando nace el niño que algo también se desprende, la placenta. El ser
sexuado, al nacer al parcelamiento significante del cuerpo, pierde algo, y eso
es lo que representa “el objeto a”. En nuestra novela es efectivamente la sábana.
Fíjense qué interesante, porque en la novela se lleva a cabo lo imposible, la relación
sexual, lo cual la convierte en una novela fantástica, ¿no? Pero bueno, esto
que sabemos que es imposible, en la novela es posible. Se lleva a cabo la
relación sexual, y entonces el novelista, ya satisfecho, acaso con poco, agarra
esa cosa, ese velo, ese hiperhimen, y lo tira, lo esconde, porque el crítico
uruguayo Reynaldo Gómez, uno de los personajes más interesantes de la novela,
viene a entrevistarlo, y él tiene que esconder esa sábana. ¿Dónde la pone?
Entre los libros. Acá creo que es claro cómo se está mostrando la idea de que
el resto siempre es literatura. Es decir, aquello que se interpone va entre los
libros como si fuera su lugar más natural, su lugar más propio. Esto es lo que
yo llamo la himenología de las novelas de Marcelo Damiani. Esto también supondría que habría
algo asexuado en la novela, que es lo previo al acceso al parcelamiento
significante del cuerpo, a las zonas erógenas, que en una novela son los capítulos,
los episodios, las descripciones parciales, las escenas, y esto es como la totalidad
intocada de la fábula, que es la totalidad con la que nos pone en contacto siempre
una obra literaria, y particularmente las de Marcelo, ya que constantemente están
pensando sobre esto, todo el tiempo están volviendo sobre la relación entre la
literatura y la totalidad, esa totalidad asexuada, esa formación asexuada que
en palabras de Libertella es el Mono Rhesus. Aparentemente, es descubrimiento de un
norteamericano, es un primate asexuado que no tiene ninguna clase de inclinación
sexual y que por cierto muere muy joven. Esto es muy ilustrativo. Eso sería la fábula,
pero el cuerpo sexuado siempre es una interposición, y siempre vuelve sobre
esto Marcelo. Lacan relaciona también este punto, lo pueden ver en el seminario
11, Los cuatros conceptos fundamentales
del psicoanálisis, con la muerte, que es algo sobre lo que también vuelven
todos los libros de Marcelo, incluso su libro de poemas Pasajeros. Lacan vincula todo lo que decía antes sobre la totalidad
y el parcelamiento significante del cuerpo con la muerte y dice: "Así
explico la afinidad esencial de toda pulsión con la zona de la muerte y
concilio las dos caras de la pulsión, la pulsión que a un tiempo presentifica
la sexualidad en el inconsciente y representa en su esencia a la muerte".
He comenzado con una definición mallarmeneana del libro que es en realidad una
construcción frankensteiniana que me tomé el atrevimiento de traer a la vida,
pero esta definición que voy a dar ahora es textual. Mallarmé llama al libro
"minúscula tumba del alma", porque es como si fuera un pequeño féretro,
y los libros de Marcelo vuelven sobre el problema de la muerte, como decía hace
un rato. Entonces quisiera terminar esta re-presentación con un poema que se
llama, precisamente, "Vida", y que está en su libro Pasajeros. El poema dice así:
Un balazo en
medio de la frente
sentir la bala
penetrando en mi cabeza
la piel metiéndose
hacia adentro
la sangre
manando caliente
sentir el vértigo
invadiendo mi cabeza
un balazo en
medio de la frente
Eso es vida.
Esto es todo lo que tenía para
decirles. Muchas gracias.
Conferencia pronunciada por
el Dr. Victor Stein en la
Fundación A.E.P.A. el sábado 11 de noviembre de 2006 en horas de la tarde.