Por Marcelo Damiani
Recuerdo estar manejando un taxi en la ficción de la noche: Sintiendo sin esfuerzo que el auto es una extensión pensante de mi cuerpo.
Disfrutándolo.
A esta hora, cuando parece que la madrugada está apareciendo (como con calma - como con confianza), hay en el humus húmedo del aire una añeja sensación de vaivén, una especie de vértigo breve acentuado por la impresión de que el auto oscila en forma horizontal como lamentablemente lo hacen las flechas al ir en busca de su blanco: Y esta sensación placentera hace que todo adquiera un movimiento cadencioso, rítmico: Así, los autos, los semáforos, los carteles de neón, terminan convirtiéndose en presencias leves, meras luminosidades móviles que forman una especie de todo indivisible y a la vez falso: Eso que algunos llaman Realidad. Y yo: Irrealidad Uno.
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