Por Augusto Monterroso
En
la primera página de Moby Dick
Ismael observa que cuando Catón se hastió de vivir se suicidó arrojándose
sobre su espada, y que cuando a él le sucedía hastiarse, sencillamente tomaba
un barco. Yo, en cambio, durante años tomé el camino de las librerías de viejo.
Cuando uno empieza a sentir la atracción de esos establecimientos llenos de
polvo y penuria espiritual, el placer que proporcionan los libros ha empezado a
degenerar en la manía de comprarlos, y ésta a su vez en la vanidad de adquirir
algunos raros para asombrar a los amigos o a los simples conocidos.
¿Cómo
tiene lugar este proceso? Un día uno está tranquilo leyendo en su casa cuando
llega un amigo y le dice: "¡Cuántos libros tienes!". Eso le suena a
uno como si el amigo le dijera: "¡Qué inteligente eres!", y el mal
está hecho. Lo demás, ya se sabe. Se pone uno a contar los libros por cientos,
luego por miles, y a sentirse cada vez más inteligente. Como a medida que pasan
los años (a menos que se sea un verdadero infeliz idealista) uno cuenta con más
posibilidades económicas, uno ha recorrido más librerías y, naturalmente, uno
se ha convertido en escritor, uno posee tal cantidad de libros que ya no sólo
eres inteligente: en el fondo eres un genio. Así es la vanidad esta de poseer
muchos libros.