jueves, 3 de septiembre de 2020

Solaris

Por Marcelo Damiani

En 1961, en Polonia, se publicaba una de las novelas más famosas de la ciencia ficción: Solaris de Stanislaw Lem. En 1972 el gran cineasta ruso Andrei Tarkovski hizo una adaptación de culto del libro que terminó ganando el Gran Premio del Jurado en el festival de Cannes. Luego, en 2002, Steven Soderbergh haría su propia versión con George Clooney, bien rara para ser un producto de Hollywood. Curiosamente, la escena final de esta última quizá excede, por mucho, todo el background de sus creadores.
La trama de la historia ya es famosa. Se trata de los vanos intentos por conocer el planeta del título que no casualmente orbita un sistema binario de estrellas, y cuyo océano protoplasmático parece ser una forma de vida inteligente distinta de la humana. Allí, en la nave que pretende estudiar Solaris, el doctor Kelvin se vuelve a encontrar, una y otra y otra vez, con esposa, Rheya, que se ha suicidado allá lejos y hace tiempo. Azorado, perplejo, imposibilitado de decidir qué es lo que realmente está pasando, él la interroga: "¿Estamos vivos o muertos?". Ella le da una de las respuestas más filosóficamente sublimes que ha podido imaginar el cine del siglo XXI: "Ya
Nathascha McElhone interpretando a Rheya
no tenemos que pensar así".
Pero ¿cómo, cómo se puede pensar de otra forma? ¿Se estará refiriendo a los mitos religiosos que prometen la vida después de la muerte, o estará hablando de espectros y fantasmas? ¿Aludirá a los muertos en vida, a la criogénesis, o a los muertos vivos de esos géneros tan de moda? ¿Se tratará de alguna referencia hermética a la doble muerte lacaniana o sólo será una manera de insinuar la supuesta trascendencia energética de todo ser vivo? Imposible saberlo, porque la película termina poco después, y como le hubiera gustado a Kant, nos deja pensando, y mucho. Si algo hemos aprendido con Derrida es que siempre hay que tratar de huir del binarismo arcaico al que nos han condenado miles de años de cultura occidental. Pero ¿cómo escapar de esa especie de fundamento que es la dicotomía entre la vida y la muerte? ¿Cómo pensar de otra forma? ¿Cómo empezar a pensar de otra forma? ¿Hay alguna forma? ¿Hay alguna manera? ¿Será posible? 
Por ahora, por desgracia, nadie parece tener una respuesta.