viernes, 3 de diciembre de 2021

Último brindis

Por Nicanor Parra

Lo queramos o no
Sólo tenemos tres alternativas:
El ayer, el presente y el mañana.

Y ni siquiera tres
Porque como dice el filósofo
El ayer es ayer
Nos pertenece sólo en el recuerdo:
A la rosa que ya se deshojó
No se le puede sacar otro pétalo.

Las cartas por jugar
Son solamente dos:
El presente y el día de mañana.

Y ni siquiera dos
Porque es un hecho bien establecido
Que el presente no existe
Sino en la medida en que se hace pasado
Y ya pasó...,
                    como la juventud.

En resumidas cuentas
Sólo nos va quedando el mañana:
Yo levanto mi copa
Por ese día que no llega nunca
Pero que es lo único
De lo que realmente disponemos.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

El escritor clandestino

Por Marcelo Damiani

En la gran película de los hermanos Coen del 2013: Inside Llewyn Davies, Oscar Isaac (inspirado en Dave Van Ronk) hace un largo y accidentado viaje desde New York hasta Chicago para audicionar con el productor disco-gráfico Bud Grossman (personaje basado en quien terminaría siendo el manager de Bob Dylan, discípulo de Van Ronk). Mientras el músico interpreta la conmovedora “The Death of Queen Jane”, el personaje de Fahrid Murray Abraham lo escucha impasible. Finalmente, luego de un silencio bastante incómodo, el empresario emite su veredicto: “I don´t see a lot of money here”.

       El resto del ensayo acá.

domingo, 3 de octubre de 2021

Barton Fink nunca estuvo allí


Barton Fink (1991) es la única película que los hermanos Coen bautizaron con el nombre completo de su personaje principal. De esta forma, irónicamente, no sólo convirtieron al fallido guionista en una suerte de cifra crítica del artista comprometido, sino que también se atrevieron a verbalizar sus vericuetos mentales, al final de cuyo recorrido, según él mismo confiesa, espera encontrar una abstracción metafísica: “El Hombre Común”. Por lo visto, Barton no sabe (o no recuerda) que el sueño de la razón (como su hermanita menor, la imaginación) engendra monstruos (como su vecino, el asesino), y que por lo tanto la vigilia puede ser una verdadera pesadilla. Tal vez todo lo que necesitaba para resolver sus problemas existenciales era un buen corte de pelo –porque el pelo es el deseo, ¿no? Una lástima, ya que justo por ahí cerca andaba Ed Crane, el peluquero protagonista de El hombre que nunca estuvo (2001). La distancia entre una y otra película es la misma que va de la víctima al victimario, de la opacidad del absurdo a la melancolía de la tragedia; de la excelencia de la imagen a la música de la perfección. Las sonatas de Beethoven, así, son el acompañamiento ideal para la trama de este barbero que quería ser lavandero, pero que rápidamente se convierte en asesino casual, y luego, del mismo modo que Barton, en fantasma social. Ambos personajes, ambas películas, ambos creadores, parecen perseguir una imagen acústica de lo indecible, a veces similar a la belleza hechicera de ciertas formas femeninas,siempre inalcanzables, a pesar de que estén ahí adelante, en la pantalla, de espaldas a nosotros, haciendo como que tocan el piano o contemplando el mar al mediodía,mientras las olas rompen
contra la playa y una gaviota se burla, cínicamente, de nuestra profunda perplejidad.

martes, 3 de agosto de 2021

La interposición


Por Victor Stein

       Yo quisiera comenzar por una cuestión muy inocente. Quisiera dar una definición del libro. Naturalmente no voy a utilizar una definición propia, sino que voy a parafrasear a Mallarmé, ese gran poeta francés que además fue un gran lector de Hegel. Mallarmé dice algo muy interesante. Un libro es ese objeto que compramos en verano para llevarlo a la playa con el único propósito de interponerlo entre nosotros y el mar.

       Para leer la conferencia completa acá.

domingo, 1 de agosto de 2021

El eco de mi madre

           Por Tamara Kamenszain (1947-2021)

No puedo narrar.

¿Qué pretérito me serviría

si mi madre ya no me teje más?

Desmadrada entonces me detengo

ante un estado de cosas demasiado presente:

ser la descuidada que la cuida

mientras otros la descuidan por mí.

Son personas que me sobran

y la gramática se torna un escándalo

cuando ella que olvidó las palabras

adelanta su bebé furioso

con el fin de decirlo todo

aunque no se entienda nada.

jueves, 3 de junio de 2021

Literatura & Mercado


       Es mejor escribir para uno y no tener público que escribir para el público y no tenerse a uno.
Cyril Connolly

martes, 1 de junio de 2021

El germen Fellini

Por Martín Arias
& Marcelo Damiani

Hay una imagen que fascina a Fellini y que se repite, con variantes, en algunos de sus films más hermosos: Es la de una persona (o una figura humana) suspendida, mediante una cuerda o cable, de alturas formidables y peligrosas. Se trata, desde luego, del Cristo surcando los cielos de Roma en el asombroso comienzo de La Dolce Vita (1960), pero también de la sensacional aparición de Alberto Sordi en Lo sceicco bianco (1952), suspendido de un columpio que parece haber sido sujetado de las nubes, o la oscura cabeza de Venus emergiendo de un canal veneciano en Casanova (1976), y, por inversión, también podría agregarse a esta lista el hombre-cometa de (1963). Estas figuras colgantes son también imágenes introductorias; se encuentran, en efecto, poco más o menos al comienzo de cada película y constituyen su entrada, su inminencia. La inminencia es, en principio, el corte de la cuerda o del cable, ese punto en el cual la conexión habrá sido eliminada y la figura estará libre, pues resulta evidente que estos extraños seres flotantes, investidos e inflados por los atributos de lo espectacular —la gran espectacularidad del catolicismo romano, la módica espectacularidad de las fotonovelas románticas, la equívoca del carnaval y, naturalmente, la del cine mismo— desbordarán siempre aquello que los condiciona: Siempre será difícil retener a esa mujer que se nos escapa por las calles de Roma. Y cuando la cuerda se rompa, ¿qué sucederá? ¿En qué dirección, o de acuerdo a qué fuerza gravitacional, eólica o hidráulica veremos escaparse la figura? ¿Será entonces el momento de la caída, ese momento tan temido en que lo cotidiano y lo real le ganan la batalla a lo espectacular?

       El resto del texto acá.

lunes, 3 de mayo de 2021

La fe y las montañas

Augusto Monterroso

     Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.
       Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía.
        La buena gente prefirió entonces abandonar la fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
       Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.

sábado, 3 de abril de 2021

El dragón

 Por Marcelo Damiani

Al Rayn era el bandido más famoso de Lan Xang. Había nacido cerca de Vang Vieng y ya desde chico se había sentido diferente. Sentía indiferencia por los juegos en grupo y cuando se presentaba alguna disputa nunca quería tomar partido por ningún bando. Abandonado por sus compañeros, desarrolló una estrecha relación con la naturaleza, y una especial fascinación por los animales.

Apenas tuvo la edad suficiente se alejó de la aldea donde había nacido con una fuerte sensación de libertad. Al principio caminaba siguiendo los designios del momento o los caprichos de su cuerpo, pero un día encontró un hermoso caballo pinto que parecía perdido, dócil como su pelo blanco y marrón, y empezó a compartir con él la toma de decisiones: Acampaban cuando tenían ganas y vivían de las inagotables provisiones de la tierra.

Poco a poco, sin que él se enterara, se fueron tejiendo un sinfín de historias sobre su figura fantasmal. Es que su zona de vagabundeo, al este del Mekong, era un laberinto de cumbres y valles profundos, encajonados, recubiertos de bosques densos y selváticos donde muchos se habían perdido, y que sólo él y su caballo conocían a la perfección. Sin embargo, había un par de mercaderes que se cruzaban en su camino con una regularidad sospechosa, haciéndole recordar lo que sentía cuando era chico y veía jugar a sus vecinos. Siempre se negaba a ser parte de los juegos. No quería pertenecer a ninguna camarilla, y ahora parecía que formaba parte de una. Tal vez su derrotero no era tan azaroso como él pensaba, y de algún modo las circunstancias le habían vuelto a construir un nuevo lugar de residencia. Sintió como si el movimiento perpetuo que había decidido emprender para vivir su vida de pronto se hubiera convertido en un círculo vicioso, y eso no le gustaba.

Fue entonces cuando se enteró de la muerte de su padre.

La noticia le llegó por casualidad. Uno de los mercaderes con los que últimamente se encontraba de manera cada vez menos imprevista, luego de querer venderle unos colmillos de marfil, le había convidado un poco de tam-mak-hung. Mientras él lo comía con voracidad, pues se trataba de su comida favorita, el otro le contó la historia del dragón.

Un comerciante de Jiangcheng se había aventurado en un peligroso viaje al norte. Pero antes de llegar a su destino, en medio de una noche tormentosa, se había encontrado con alguien que venía por el camino de Simao. El hombre tenía los ojos fuera de órbita y su pelo estaba calcinado, como si lo hubiera alcanzado un rayo en medio de la cabeza. Era tan flaco que se le veían las costillas, y como además vestía con harapos, parecía un cadáver parlante. Hablaba un dialecto confuso y monótono, como los locos, y por un momento el comerciante pensó que estaba frente a un espectro que venía del más allá.

Luego de prestar un poco de atención a lo que decía alcanzó a comprender que le relataba las peripecias ocurridas desde su partida de Vang Vieng. El hombre, al parecer, era el acompañante de un célebre chamán del sur, y ambos habían emprendido ese largo viaje en busca del tesoro del dragón. Después de muchos días habían llegado a lo alto de la montaña mágica, e incluso pudieron atisbar desde lejos el brillo del tesoro, pero antes de poder acercarse lo suficiente había aparecido el dragón, y luego de hechizarlos con la mirada, pulverizó a su amo con una llamarada de fuego.

No había posibilidad de error, pensó Al Rayn mientras dejaba caer el pote de comida y se ponía de pie, el único chamán de Vang Vieng era su padre, y ahora estaba muerto. Recordaba perfectamente sus historias de tesoros ocultos y la explicación de que siempre un dragón era el guardián ideal, debido a lo difícil que era escapar de su fuego sagrado. Recordó su sueño de ser el único capaz de encontrar la forma de apoderarse del secreto divino, ya que a su padre no lo movía la ambición, sino la sabiduría.

Al Rayn le preguntó al mercader quién le había contado esa historia, y él, temeroso ante el tono duro de la pregunta, murmuró que todos la sabían, pero por las dudas mencionó a un par de personas que la relataban regularmente. Al Rayn montó su caballo y se fue en busca de los nombrados. Después de escucharla varias veces, le sorprendió que siempre fuera repetida con las mismas palabras, pero la sorpresa rápidamente dejó lugar a la idea de que tenía que vengar la muerte de su padre.

Muchos días y más noches aún cabalgó sin dormir, pensando cómo haría para encontrar la montaña sagrada. Recordó que su padre decía que el tesoro estaba en los cielos, y por lo tanto el único camino correcto era el ascendente. Esto simplificaba mucho las cosas, y sin duda significaba que el lugar se hallaba en la cima del mundo. Pero Al Rayn sabía que la clave era el dragón. Tenía que tener mucho cuidado, porque además de poderoso e imprevisible, el dragón era letal. Por otra parte, su figura solitaria, siempre alerta, dispuesto a sacrificar la vida por un tesoro que no le pertenecía, despertaba su admiración y su respeto.

Entonces recordó un dato fundamental: Los dragones sufrían mucho el calor, y en verano no podían resistir la tentación de atacar a los elefantes, ya que como todo el mundo sabe, su sangre es muy fría, y esto la convertía en el mejor refrescante natural de la zona. Ahora lo único que tenía que hacer para hallar al dragón era seguir la ruta de los elefantes.

La mañana siguiente encontró el rastro de una importante manada, y a la tarde los alcanzó, caminando con la parsimonia que los caracterizaba, los más ágiles marcando el paso y los más grandes cuidando la retaguardia. Se mantuvo a una distancia prudencial para pasar desapercibido, escudriñando los cielos en todas direcciones, hasta que su atención se dispersó con la aparición de las estrellas, ya que siempre le provocaban un aturdimiento inexplicable; cuando era chico podía pasarse horas contemplándolas antes de dormirse. Ahora, sin embargo, apenas cayó la noche, envolviéndolo todo con su manto de silencio, el sueño terminó por vencerlo.

         El cielo aún se mostraba indeciso entre la claridad nocturna y la oscuridad del amanecer cuando Al Rayn sintió de pronto que la tierra temblaba. Los elefantes corrían enloquecidos de un lado a otro y una nube de fuego y polvo entorpecía la visión, apenas dejando adivinar el campo de batalla en que se había convertido la zona. Su caballo había desaparecido y ahora, en el mismo lugar, misteriosamente, había un carruaje con dos corceles, uno blanco y otro negro. Al Rayn sabía que el caos reinante sólo podía haber sido producido por la imprevista aparición del dragón. Entonces saltó al carruaje y arengó a los animales para emprender la persecución. Luego de esquivar varios elefantes muertos encontró el rastro de humo que se internaba en los caminos del bosque. Cuando la nube gris se hizo menos densa arribaron a un sendero escarpado que parecía ser la única vía de acceso a la cima de la montaña. Al Rayn fustigó a los animales sin piedad para que apuraran el ascenso, mientras el cielo se iluminaba con relámpagos y a lo lejos ya se escuchaban algunos truenos.

La subida fue acelerada por un fuerte viento de cola que parecía anunciar la llegada de un monzón. Pero el sendero se volvía cada vez más estrecho y el caballo negro se acercaba peligrosamente al borde del precipicio que había a la derecha, como si fuera atraído por las fuerzas del averno. Al Rayn no podía evitar la tentación de observar la bóveda azul que se abría sobre su cabeza, distrayéndolo de la lucha que mantenía con el caballo rebelde. De repente, entre el movimiento de las nubes y el destello de los relámpagos, vio el brillo fugaz de un ojo violeta. En ese instante perdió el control del caballo negro, y sintió como si el carruaje se elevara por los aires en dirección al dragón, aunque en realidad su vuelo ya se había convertido en caída libre. Al Rayn, mientras se precipitaba sobre el abismo, mientras el vacío parecía succionarlo, provocándole una sensación de levedad placentera, experimentó esa suerte de éxtasis que su padre solía describir cuando entraba en trance, la absoluta ingravidez, como si estuviera levitando sobre el mundo de los vivos y los muertos, y por último, en el cielo convulsionado y febril, alcanzó a vislumbrar la figura maléfica del dragón, su mirada roja atravesada por la furia, y su victoriosa mueca final, justo antes que su cuerpo comenzara a arder y su conciencia se desvaneciera consumida por el fuego.

miércoles, 3 de febrero de 2021

domingo, 3 de enero de 2021

¿Por qué hay algo y no más bien nada?

 Para Mario Presas

       Hermeto tenía una relación demasiado carnal con su propio nombre. Nada en él era claro. Ni bajo ni alto, ni lindo ni feo, ni gordo ni flaco, ni bueno ni malo; su verdadero ser parecía estar mucho más allá de este tipo de distinciones binarias. Era, eso sí, muy callado. La gente, por lo general, no notaba su presencia, y si lo hacían, rápidamente se olvidaban de él, como si fuera un fantasma inofensivo con licencia para aparecer en público. Incluso cuando emitía alguno de sus oscuros juicios categóricos –bastante a menudo, por cierto– los únicos que parecían escucharlo eran sus amigos. Tal vez por eso había llegado a sospechar que siempre, para ser oídos, era absolutamente necesario poseer el requisito previo de la amistad, como parecía confirmarlo el hecho de que nadie escuchaba mejor nuestros silencios que un amigo de verdad.

       El texto completo acá.