martes, 3 de diciembre de 2024

Un día con Bolaño

Por Marcelo Damiani

       El congreso de jóvenes escritores iberoamericanos había terminado la noche anterior con una fiesta de la ficción finisecular. Pero esa mañana madrileña de sábado lo único que me interesaba era el reportaje que tenía pactado para el día posterior: Iba a entrevistar a Roberto Bolaño. 
       Varias inquietudes me perseguían en aquel momento, ya un cuarto de siglo atrás. Primera: Todo había sido acordado con la esposa, a través de entrecortadas llamadas telefónicas que no generaban ninguna seguridad de lo pactado. Segundo: La cita dependía de varias conexiones de aviones y trenes que debían salir bien; cualquier falla de alguna y la cosa se cancelaba, no había posibilidad de hacerla más adelante. Tercero: Era mi primera vez en España, en Europa, y tenía serias dudas de mi capacidad para llegar en tiempo y forma a Blanes, el pequeño pueblo costero de la Costa Brava que el escritor trasandino había elegido para vivir; lugar, por cierto, que en menos de un lustro se convertiría en el sitio de peregrinaje literario más célebre del nuevo milenio. Cuarto: Si bien ya había entrevistado a varios autores, aún no sentía que dominaba el oficio, y especialmente en este caso me sentía bastante inseguro con las preguntas que había anotado en mi libreta de notas antes del viaje. Quinto: Esperaba que el trayecto en tren que me llevaría de Madrid a Barcelona me inspirara para mejorarlas; mientras tanto, aprovecharía el tiempo para releer algunos de esos textos únicos que me habían generado el deseo de conocer a ese chileno trotamundos, aún a sabiendas de los riesgos de decepción que suelen acarrear estos encuentros. 
       Yo había empezado a leerlo algunos años antes por recomendación de mi amigo Fernando Toloza, trágicamente fallecido en un accidente de tránsito. En esa época uno de nuestros termas de conversación eran los concursos literarios. Mejor dicho: La falsedad de los mismos. En otras palabras: Todos siempre estaban arreglados, de una forma o de otra. Entonces él me comentó que acababa de leer un cuento genial al respecto: "Sensini" de Roberto Bolaño. Cuando escuché el nombre pensé que se trataba de una narración futbolera de su coterráneo Fontanarrosa, y el nombre del ignoto autor me sonó al de un actor mejicano famoso por interpretar un solo personaje durante toda su vida. Descarté la posibilidad de una broma porque Fernando no era adepto a ellas, y lo escuché elogiando la narración sin tratar de arruinar mi posterior lectura. No lo hizo, por supuesto, y al día siguiente ya le estaba agradeciendo ese regalo invaluable que me había hecho. Porque luego de leerlo de una sentada sentía que acababa de leer el mejor cuento escrito recientemente por alguien vivo, compitiendo con mi debilidad por la obra de Saer, cuyos libros esperaba con avidez. 
       "Sensini" era un cuento epistolar (no recordaba haber leído otro así) que jugaba con la experiencia del autor y su admiración por otro escritor (personaje que apenas esconde a Antonio Di Benedetto) con quien el protagonista quería entablar una amistad. Tenía un tono afectivo (cortazariano) exquisito y un manejo excelente de la política en segundo plano que recordaba las mejores novelas Saer. Finalmente, por si todo esto fuera poco, era una verdadera lección de literatura, dictada de manera casual, y sin excluir sutilezas sobre el controvertido tema del deseo. No tardé mucho en convencerme de que era lo mejor que había leído en mucho tiempo y que quizá también, lamentablemente, nada que escribiera Bolaño en el futuro podría superarlo. Creo que aún hoy sigo pensando así. Tal vez por eso ya no puedo leerlo como aquella primera vez.
       De ahí a tomar la decisión de entrevistarlo no había más que un paso, y la inesperada invitación al Congreso fue el empujón que faltaba. Además, en aquella época, Bolaño no era el escritor famoso en el que su temprana muerte lo convertiría. Era un escritor casi secreto, aunque ya no clandestino, a punto de convertirse en un escritor de culto. Era el momento ideal.

Continuará.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Signos (Blog) vitales

       La verdad es que no acostumbro a hacer posteos personales o por encargo, y tal vez esta vez sea la única excepción, para desafiar la regla, claro. Pero un lector, acaso el único real o válido, me ha señalado que tengo abandonado este blog, y tiene razón. En realidad me lo va a señalar en diez días, y yo, sorprendido y agradecido, por medio de la magia o trampa de la tecnología me las arreglaré para responderle de antemano con estas tres cuestiones que detallo aquí abajo.

       Primero: Tema Bolaño. La entrevista que me concedió ya ha cumplido un cuarto de siglo, pero para mí es como si hubiera sido ayer. Esa mañana de domingo nublada en Barcelona, el viaje en tren hasta Blanes disfrutando de la costa azul, la caminata por el pueblo y el día que pasé charlando con él rodeado de su familia, comiendo y riéndonos como amigos, difícilmente podría olvidarlo. Quizá algún día debería escribir sobre todo eso en detalle, ¿no? Un día con Bolaño, podría titularse. 

       Segundo: Signos vitales. Mi libro, publicado hace tres años, no sería estrictamente una novela, sino más bien una antología personal. Tuve la suerte de poder volver a mi primera editorial, luego de algunas malas experiencias con otras más grandes, pero menos cálidas. Fue como un fin de ciclo antes del inicio de otro. Casi todos los cuentos que componen el volumen pueden encontrarse en este blog, aunque un poco desordenadamente, empezando por el prólogo y terminando acá.

       Tercero: Muchas gracias, Tiago. Te debo una. Saludos. M.D.

jueves, 3 de octubre de 2024

El monolito y los monos de Héctor

Por Marcelo Damiani

       Héctor, como todos los grandes escritores del siglo pasado, era un amante del cine. Fuimos a ver juntos la obra maestra de los hermanos Coen: “The Man Who Wasn´t There” (título que homenajeó en "El lugar que no está ahí"). Le tenía especial cariño a “La soledad del corredor de fondo” de Tony Richardson, tal vez porque se identificaba un poco con su personaje principal: Colin Smith. No tanto por su capacidad para correr largas distancias, sino más bien por saber cuándo detenerse. 


       Por último, una de sus películas favoritas era “2001. Odisea del espacio” de Stanley Kubrick, especialmente por la escena del monolito con los monos, porque era una metáfora brillante de la relación entre la literatura y los lectores. Alguna vez, incluso, habíamos jugado con la idea de hacer una verdadera instalación que emulara el monolito ya intervenido por los monos, puesto que ellos, sin duda inspirados y geniales, con sus cinceles rudimentarios de huesos, habrían de convertirlo rápidamente en una magnífica letra Hache (ahora sí: Mayúscula).

El prólogo completo a la edición italiana de "El árbol de Saussure" acá.

miércoles, 3 de julio de 2024

Als die Nazis die Kommunisten holten

Martin Niemöller

Als die Nazis die Kommunisten holten,
habe ich geschwiegen;
ich war ja kein Kommunist.

Als sie die Sozialdemokraten einsperrten,
habe ich geschwiegen;
ich war ja kein Sozialdemokrat.

Als sie die Gewerkschafter holten,
habe ich nicht protestiert;
ich war ja kein Gewerkschafter.

Als sie die Juden holten,
habe ich nicht protestiert;
ich war ja kein Jude.

Als sie mich holten,
gab es keinen mehr, der protestieren konnte.

miércoles, 3 de abril de 2024

Presentación

      Presentación de "Algunos apuntes sobre mi madre" en la Casa de la lectura (2012).

Nota y video acá.

domingo, 3 de marzo de 2024

El buitre

Por Franz Kafka

     Un buitre me picoteaba los pies. Ya me había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos amenazadores alrededor y luego continuaba su obra. Pasó un hombre, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba al buitre.
    –Estoy indefenso –le dije–, vino y empezó a picotearme; lo quise espantar y hasta proyecté torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos. 
     –No se debe atormentar –dijo el hombre–, un tiro y es el final del buitre.
     –¿De verdad ? –pregunté–, ¿haría usted eso? 
     –Encantado –dijo el hombre–, no tengo más que ir a casa a buscar mi fusil, ¿puede aguantar media hora más? 
    –No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después agregué–: por favor, pruebe de todos modos. 
     –Bueno –dijo el hombre–, seré tan rápido como pueda. 
    El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado vagar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: Voló un poco más lejos, retrocedió para alcanzar el impulso óptimo, y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó su pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; sentí que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre, irremediablemente, se ahogaba.

sábado, 3 de febrero de 2024

Más allá de la espontaneidad y el cálculo

Por Marcos Rosenzvaig

       El autor argentino que aborda el género cuento pareciera llevar en su ADN los cromosomas de Borges y Cortázar. No resulta sencillo escapar de esos senderos pródigos de ideas y de un lenguaje inconfundible. Sin embargo, Marcelo Damiani lo logra airosamente en su libro "Signos vitales", recientemente publicado por la editorial Paradiso. Esta antología personal compuesta por 17 cuentos y un prólogo encubierto es el resultado de quince años de trabajo.

       Sus cuentos hacen ostensible una risueña acrobacia de la palabra con ideas desopilantes y personajes como los de una mosca, dos mosquitos y un jugador de pool (Espectáculo); finales ingeniosos como el del supuesto macho cavernícola que resulta sorpresivamente ser un niño de dos años (Precocidad); o la de dos marinos que fondean en un árbol de la vereda y que necesitan un escritor para contar su historia (Cuento por encargo). Ya no se trata del literato presionado por el editor o por la necesidad de sus lectores, sino de alguien que intenta alejarse de la medio ocre cotidianidad de los días.

       Los robos, los secuestros asumen el tinte de películas de clase B enmarcadas en una doble realidad borgeana. Nada es real. Los sucesos parecen ser tránsitos de fotogramas extraídos de un pésimo guion, un director incompetente y actores anodinos que se creen genios. Y allí, Damiani juega con la influencia de Manuel Puig y la de Borges creando a partir de ellos un estilo propio.

       Hay una mirada que desciende desde las alturas como un dios que es él mismo que se observa y observa a los otros. Hay momentos en que su personaje se contempla en situaciones diversas que escapan a la mirada omnívora, omnipresente de él sobre él y sobre los otros. "Yo sé que soy yo y que estoy acá, con Marianne y su perfume persistente, y sin embargo no puedo dejar de mirar mi cuerpo que está ahí, enfrente, al lado de Verónica contemplándome como si yo no fuera yo, sino él. No sé cómo pasó, pero yo no estoy donde está mi cuerpo" (Espejismos del fantasma).

       La filosofía tratada como un juego de ardides, de maniobras inteligentes usando la palabra como un barrilete que anhela cielo. Y allí, en ese acontecer de cielo, el autor-niño revisita el origen de todas las cosas, el movimiento e incluso la muerte. Pero todo lo hace con un humor amargo como el del personaje que llega a la conclusión de que no le tiene miedo a la muerte, sino a la idea de que un día ya no esté más en el mundo (El inconveniente de haber nacido).

       La reseña apareció originalmente acá.

miércoles, 3 de enero de 2024

Mar sonora

                         Por Sophia de Mello


Mar sonora, mar sin fondo, mar sin fin

Tu belleza aumenta cuando estamos solos

Y tan honda íntimamente tu voz

Sigue el más secreto baile de mi sueño

Que hay momentos en que yo supongo

Que eres un milagro creado sólo para mí.