Por Ariadna Castellarnau
El amor incondicional que los argentinos profesan a los laberintos, a ser posible aquellos que garanticen una prolongada estadía en sus pasillos sin hallar salida, no se debe sólo a Borges (que en todo caso fue el primero en oficializar esta afición) sino especialmente al gusto por el artificio oratorio de la discusión interminable sobre cualquier cosa o la elección del camino más tortuoso y complicado para llegar a un lugar. Marcelo Damiani (Argentina, 1969), fiel a su laberíntica nacionalidad, construye de forma impecable tramas poliédricas, habilidad que ya demostró en El sentido de la vida y que repite con igual éxito en su última novela El oficio de sobrevivir. El epígrafe de Stanislaw Lem que encabeza la novela dice: “En la lotería de la existencia, los números perdedores son invisibles”. Los personajes de El oficio... son manejados por una suerte de lotería (cuyo funcionamiento es muy parecido al del Destino) que cercena cualquier posibilidad de elección y los arroja a la vida como actores aplicados que recitan un papel. “La Isla”, donde Damiani sitúa también la acción de sus dos últimas novelas, es un lugar claustrofóbico y endogámico desde el que podemos trazar un paralelo con la obra literaria. Hacia el final de la novela, aparece referido un film, Doce Monos. Igual que en la película de Terry Gilliam, los planos de realidad e irrealidad (o ficción) resultan imposibles de definir. Los personajes ignoran si su existencia es real o son soñados o escritos en otra parte por alguien más (quizá sospechan que por el mismo Damiani). Se miran de forma recurrente en el espejo pero no se reconocen, como si verdaderamente su apariencia fuera una imposición arbitraria y no deseada. Además, las historias se entrecruzan y cada uno (la esposa del escritor, infiel y traidora, la amante joven y desquiciada, el crítico envidioso, etc.) tiene su versión, lo que desemboca en un rompecabezas argumental donde todo se está escribiendo y nada está terminado. La novela se asemeja a la estructura de un palimpsesto donde se superponen múltiples escrituras en cuyos cortes transversales alguien trata de escudriñar una voz original. La lectura de El oficio... ofrece una imagen angustiante y crepuscular de la imposibilidad de la experiencia del existir, pero sin el vocerío existencialista que suele acompañar planteamientos de este tipo. Damiani es buen conocedor del complejo funcionamiento de los laberintos narratológicos, por lo que distribuye la trama entre sus recodos y bifurcaciones sin perder el control, sembrándola con los enigmas y las pulsiones del policial, hasta hallar un centro donde las ramificaciones de la historia terminan encontrándose con una mágica naturalidad.