martes, 2 de marzo de 2010

La lección del maestro (continuación)

       Sin duda hay un efecto que todo prólogo produce, y es la actualización de un problema que sólo el lector puede resolver. ¿Esto se debe leer antes o después del texto principal? Claro que si la intención fuera que lo que está escrito acá se leyera el final se llamaría epílogo. Pero todos sabemos, como lectores que somos, que nos gusta transgredir estas pequeñas reglas de la literalidad, y que además una mala apertura del prefacio puede hacernos cerrar las puertas del libro para siempre. 
       Por último, antes de empezar en serio, podríamos decir que todo prologuista (yo, en este caso) se hace cargo con su firma (simbólica, allá arriba) de una creencia en el valor del texto que presenta. El autor del mismo, por otro lado, en muchos casos considera que a su obra no le vendrían mal unas palabras previas que lo apuntalen amistosamente, y que quizá incluso puedan ayudar a su mejor comprensión. Puedo dar fe de lo primero, sin duda, pero nunca estaré seguro de lo segundo. 
       Ahora bien, conozco a Esteban Prado desde hace un lustro, y durante todos estos años sé que se ha dedicado con ahínco y verdadera pasión a estudiar la obra de Héctor. Ha recorrido librerías y bibliotecas de todas partes en busca de ese dato perdido que a la larga puede resultar fundamental. Se ha topado con muros impensables y abismos abstractos que no lo han amedrentado, y fruto de su persistencia ha encontrado más de una perla para su botín crítico. Este libro es una prueba fehaciente de su tenacidad y sus hallazgos. 
       Acá, el lector ávido de estímulos encontrará muchos para abordar la obra de un autor siempre catalogado como difícil por los degustadotes de llanezas y vacuidades. Por otra parte, el crítico podrá disfrutar de un recorrido detallado y analítico de los distintos libros publicados por Héctor, la mayoría de ellos contextualizados y puestos en relación con ideas y problemáticas que hoy en día son más actuales que nunca, quizá paradójicamente por su aparente inactualidad. 
       Posible ejemplo de lo antedicho es la lectura que realiza Prado de Memorias de un semidiós. Esta suerte de relato policial, de estructura deshecha e imaginario en ruinas, parece resumir a la perfección la concepción literaria libertelliana. Es como si él hubiera comprendido, antes que nadie, que ésa era la única forma posible de escribir ficción en Argentina. Vaya esta cita como prueba de calidad de cualquier texto en serio o en serie que se escriba en nuestra dulce tierra: “Establecer desde dónde se narra no es una posibilidad, pasado y futuro se trastocan permanentemente: El futuro aparece como recuerdo, el pasado como premonición y el presente como incerteza”. 
       Tal vez para mitigar esa inestabilidad fundamental es que hay una fuerte concepción filosófico-psicológico-teórica en toda la obra de Héctor. La presencia de Nietzsche en su primer libro es insoslayable, Roland Barthes está muy presente en Las sagradas escrituras, y Freud, Lacan y Derrida revolotean como fantasmas en sus textos de madurez. Esteban Prado, sin embargo, se aboca a una puesta en relación con Giorgio Agamben. El viejo concepto de utopía, renovado por el filósofo italiano, le sirve en este caso para establecer interesantes conexiones con el hermetismo libertelliano. 
       La literatura es posible porque la realidad es imposible, rezaba una vieja consigna de la revista Literal. Tal vez dentro de poco se pueda afirmar que la literatura de Héctor, en parte gracias a este libro, ha perdido su aura imposible para entrar en un nuevo universo posible. Tal vez el trazo de la letra como caverna, como refugio, como hogar, pueda ya ser visto como una forma informe de resistencia, y no tanto de huida, frente los embates de una exterioridad demasiado demandante para con el yo más íntimo del sujeto creador. El hermetismo, así, también podría ser considerado como un juego y una pequeña venganza de ese niño sabio que todos llevamos dentro, pero que muy pocos se atreven, ya adultos, a manifestar sin reparos. 
       El ensayo que leerán a continuación, como el mismo autor lo confiesa, es el testimonio o registro de cómo la historia de un joven lector puede ser modificada por el encuentro con una obra única. Es un recorrido. Nadie está obligado a hacerlo propio. Por mi parte, creo que si algo he aprendido de los textos de Héctor acá releídos es esa capacidad para el repliegue de fuerzas cuando el mercado pide una avanzada y una invasión del territorio ajeno. En otras palabras, creo que todo prologuista debe saber cuándo retirarse. Por eso me tomo el trabajo de anunciar que el próximo párrafo será el último de este prólogo. 
       Para terminar, entonces, tampoco querría privarme de una confesión de lectura. Sentí, al atravesar el umbral de este libro, que si tuviera que defender la obra Héctor en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para mí, en la noche de su velatorio, haber conocido ya a Esteban Prado. Sentí que si yo, entonces, hubiera podido elegir o soñar ese encuentro, este es el libro que hubiera elegido o soñado escribir con él. Así, empuñaríamos con firmeza el cuchillo (o la lapicera), que acaso no sabríamos manejar, y saldríamos juntos a la llanura, espalda contra espalda, para enfrentar a los compadritos y los malhechores de rigor

       Prólogo a Libertella: Maestro de lecto-escritura. Un recorrido de Esteban Prado. Puente aéreo Ediciones, Mar del Plata, 2014.