Por Marcelo Damiani
Proveniente del Martín Fierro leído como un western, "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz" es una obra maestra de la coherencia y la emoción, suficiente para refutar a todos los que ven en Borges a un autor apático; por si esto fuera poco, una sola frase le basta para prefigurar El pensamiento salvaje de Lévi-Strauss. Por último, con "La otra muerte" y "El aleph" asistimos a dos ficciones fundamentales. Acá, el carácter alucinatorio del mundo y los vasos comunicantes entre lectura y realidad se anudan de manera indiscernible, y por momentos, perturbadora. Imposible salir indemne de un texto que postula que Dios (o nuestro deseo, para el caso es lo mismo) puede cambiar el pasado a su antojo (siguiendo al teólogo medieval Pier Damiani, pero también con ecos de Henry James y de Nietzsche), y eventualmente hacernos desaparecer, sobre todo si nuestra existencia entra en contradicción con el (nuevo) orden (antes sólo potencial o virtual). Imposible no sentir que "El aleph" está prefigurando el futuro (nuestro presente), un porvenir en el que todos nuestros actos pueden ser contemplados a través de una suerte de memoria universal. Imposible no intuir que el gran mérito borgeano es la proyección de un imaginario ancestral (suerte de faro que ilumina el mundo que nos rodea), y que junto a su inteligencia y su ironía son su verdadero legado, eso que lo ha convertido en el más grande escritor argentino de todos los tiempos.
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