jueves, 2 de enero de 2014

Entrevista excéntrica


Por Julia Milanese

    -¿Por qué decidiste hacer la presentación de tu nuevo libro en el bar Varela/Varelita?
    -El Varela, cuando estaba escribiendo La distracción, era un bar que yo frecuentaba mucho, a veces acompañado por Héctor Libertella, ya que era su oficina. Quizá por eso una de las escenas de la novela transcurre ahí, en la que además aparece como en un cameo el mozo Javier, verdadera alma mater del lugar. Pero la razón más importante es que yo quería que quien viniera al evento se llevara una buena impresión de lo que es el libro. Pretendía, no sé si se consiguió, una especie de ambientación tonal, distintiva, como para que después de leer La distracción la gente pudiera decir: “Sí; la novela es como la presentación”.
    -¿Podrías decirnos algunas palabras sobre los dos presentadores, Sergio Serebrinsky y Walter Romero, y el por qué de tu elección?
     -Yo quería salir un poco de la dinámica usual de las presentaciones de libros, y por eso le pedí a Sergio Serebrinsky (líder de la banda under “Aguante Baretta”) que hiciera una suerte de stand up seudo literario, disfrazado de falso maestro de ceremonias. A Walter Romero no hacía falta que le pidiera nada, yo ya contaba con su inteligencia lectora y su gran manejo escénico (que le viene de ser cantante de tangos). Además, me gustaba la idea de que La distracción fuera presentada por gente del ámbito literario-musical (con la que suelo llevarme muy bien), porque tengo una relación epidérmicamente secreta (o secretamente epidérmica) con la música (por eso el nombre de uno de los personajes de la novela homenajea a ese gran artista brasileño que es Hemeto Pascoal).
     -¿Por qué considerás a El sentido de la vida, El oficio de sobrevivir y La Distracción como una trilogía “involuntaria”?
     -Por las múltiples conexiones que hay entre las tres novelas (los prólogos de Alan Moon, los personajes que se repiten, las situaciones narradas más de una vez desde puntos de vista distintos, cierto trasfondo musical, etc.), conexiones que no fueron pensadas de antemano, sino que surgieron naturalmente, de forma paulatina, sorpresiva y (casi) intuitiva.
      -Por momentos pareciera que para entender tus libros hace falta algo equivalente a las 10 pistas para comprender Mulholland Drive de David Lynch (que él dio y en ese mismo tono, claro) ¿Por qué pasa eso?
      -La verdad es que no lo sé. Tal vez tenga que ver con algo que acertadamente puntualizó Walter Romero en la presentación, y es que yo trabajo bastante (quizá también de forma involuntaria) con el comienzo “in media res”, y esto siempre supone un riesgo (y puede ser que a la mayoría de los lectores les guste jugar sobre seguro). O tal vez tenga que ver con que me aburren los libros (y los comienzos) demasiado simples (o pusilánimes); me parece que con ellos se subestima la inteligencia del lector, y a mí me gusta escribir novelas (arriesgadas) que yo mismo leería, es decir, sin auto-subestimarme, obviamente. Aunque ahora que lo pienso (más allá de que agradezco la comparación con Lynch) noto que la pregunta tiene un supuesto que no comparto, porque creo que lo que escribo es muy fácil de entender. El sentido de la vida, por ejemplo, está escenificado sobre varias situaciones que buscan dilucidar el sentido de la vida. El oficio de sobrevivir está narrado por una serie de personajes que tratan de aprender el oficio de sobrevivir. La distracción, por último, está protagonizada por un personaje que cree que el sentido de la vida y el oficio de sobrevivir son, precisamente, la distracción. Más fácil, la verdad, me parece imposible.
     -¿Existe algo así como una clave para ingresar a –y entender– la literatura?
      -Sí, claro, por supuesto que hay una clave (o varias), pero es un secreto, y los grandes se lo llevan a la tumba, por eso son grandes, y por eso los seguimos leyendo.