Por Slavoj Žižek
       Hace un par de años, la televisión inglesa grabó una simpática 
propaganda de cerveza que comenzaba con la clásica revelación de los 
cuentos de hadas: una muchacha camina por la orilla de un arroyo, ve una
 rana, la toma con dulzura y la lleva hasta su regazo, la besa y, por 
supuesto, la fea rana se transforma en un hermoso joven. Pero la 
historia aún no ha terminado: el joven mira con avidez a la muchacha, la
 atrae hacia sí, la besa y ella se convierte en una botella de cerveza
 que el joven sostiene triunfalmente en la mano. Para la mujer, el amor y
 el afecto (significado por el beso) convierten a una rana en un hermoso
 joven, una presencia fálica completa; para el hombre, se trata de 
reducir a la mujer a un objeto parcial, causa de su deseo. Debido a esta
 asimetría, no hay relación sexual: o bien tenemos una mujer con una 
rana, o bien un hombre con una botella de cerveza. Lo que nunca 
tendremos es la pareja natural de la bella muchacha y el hermoso joven: 
la contrapartida fantasmática de esta pareja ideal sería la figura de 
una rana abrazada a una botella de cerveza –una imagen incoherente que, 
en lugar de garantizar la armonía de la relación sexual, subraya su 
ridícula disonancia–. (Por supuesto, el argumento feminista más obvio 
sería que lo que las mujeres viven cotidianamente es más bien la escena 
opuesta: besas a un hermoso joven y, cuando te acercas demasiado, es 
decir, cuando ya es demasiado tarde, te encuentra con que, en realidad, 
se trata de una rana, probablemente alcohólica). Se abre aquí la 
posibilidad de socavar el poder que un fantasma ejerce sobre nosotros 
por medio de nuestra sobreidentificación con él, esto es, reuniendo 
dentro de un mismo espacio la profusión de elementos fantasmáticos 
contradictorios. Es decir, cada sujeto está envuelto en su propio 
fantasma subjetivo: la chica fantasea con la rana que en realidad es un 
joven; el chico con la chica que en realidad es una botella de cerveza. 
Lo que la escritura y el arte modernos oponen a esto no es una realidad 
objetiva, sino lo “objetivamente subjetivo” del fantasma subyacente que 
los dos individuos nunca podrán asumir. Un cuadro al estilo Magritte de 
una rana abrazando una botella de cerveza titulado “Hombre y mujer” o 
“La pareja ideal”. ¿No es la obligación ética del artista de hoy 
confrontarnos con la rana que abraza la botella de cerveza cuando 
soñamos que abrazamos a nuestra amada? En otras palabras, escenificar 
fantasmas que están radicalmente desubjetivizados, que nunca podrían ser
 asumidos por el sujeto.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
