Por Marcelo Damiani
No habría que olvidar, además, que “Continuidad de los parques” está protagonizado por un lector, un
lector como nosotros; un lector, en todo caso, interesado en huir de su
rutina aristocrática a través del policial. Este género, como es bien
sabido, no sólo trae consigo la promesa de conclusiones
tranquilizadoras, sino también la de aventuras y emociones fuertes, una
suerte de subsistencia sustituta para quienes añoran (y sobre todo
temen) una vida peligrosa. El problema, por supuesto, es cuando esas
circunstancias dejan de ser ajenas y empiezan a tomar un cariz personal.
El cuento explora esta posibilidad a fondo, cuestionando una de las
certezas primordiales que sustentan nuestra relación con la lectura.
Leemos libros para disfrutar del espectáculo de la vida y los peligros
del mundo sin la posibilidad de la muerte. La página literaria, como la
pantalla cinematográfica, es una barrera de protección poderosa. Sin
embargo, el texto demuestra que puede convertirse en un espejo molesto, y
a veces incluso devolvernos esa imagen de nosotros mismos que nunca
queremos ver a sangre fría. A saber, la imagen de nuestro propio rostro
sumido en el fango de la ficción, socavando los cimientos de la
realidad.