En este sentido, quizá su película más emblemática sea Annie Hall
 (1977). Allí, desde el mismo comienzo, lo que aparece con más fuerza 
(oculto bajo un manto interminable de chistes agridulces) es su 
imposibilidad de conformarse, aunque disfrazado de desencanto vital. 
“Nunca aceptaría pertenecer a un club que me aceptara como socio”, le 
hace repetir a su alter ego Alvy Singer, suerte de voz cantante de su 
personaje ideal (Allan + Woody = Alvy). Todo el film gira en torno al 
descentramiento o la escisión provocada en Alvy por su separación de 
Annie. La historia y el montaje, por lo tanto, están estructurados sobre
 una base lingüístico-temporal cuasi caótica ya sugerida en el mismo 
título: Annie Hall era el nombre real de la abuela de Dianne Keaton, 
verdadera musa del Woody modelo 77. Es así que la trama está configurada
 a partir de conceptos-bisagra tales como ´profesión´, ´desconfianza´, 
´matrimonio´ y ´muerte´, entre otros. Por medio de estas palabras claves
 la instancia narrativa va a articular su devenir en un juego de flujos y
 reflujos temporales, acercando sus idas y vueltas al vaivén de los 
sentimientos y al ritmo aleatorio de la memoria. El tema de la película,
 entonces, no parecería ser el amor, sino cómo procesamos esta emoción 
tan violenta que puede hacernos creer en la posibilidad de desprendernos
 de nosotros mismos. Es aquí donde la necesidad de conformarse, en el 
sentido de darle forma a lo que nos pasa, se vuelve de una vital 
importancia. Tal vez por esto Woody piensa que a la situación 
movilizante por excelencia que es el hecho de enamorarse tiene que 
corresponderle una acción sensorio motriz similar, y la encuentra en el 
simple acto de correr. Alvy y Annie se conocen jugando al tenis (para no
 hablar de la forma que ella tiene de manejar), Isaac corre en busca de 
Tracey al final de Manhattan (1979) y Danny hace lo propio en Broadway Danny Rose (1984), sin mencionar la gran cantidad de corridas que esto ha generado en películas allenianas como When Harry met Sally... (1989) de Rob Reiner o Defending your life (1991) de Albert Brooks, entre muchas otras, y cuya versión paródica quizá pueda encontrarse en Forrest Gump
 (1994) de Robert Zemeckis. Annie y Alvy, por último, tratan todo el 
tiempo de conformarse como pareja buscando un equilibrio (siempre 
inestable) entre el intento de disfrutar el momento (cuya violenta 
fugacidad parece agredirnos) y el deseo de encontrar una explicación 
racional a lo que por definición no parece poder tenerla.
       La misma idea, llevada a un espectro mucho más amplio de personajes y relaciones, es la que estructura Crimes and Misdeameanors (1989). Esta gran película, como Match Point (2006), remite desde el título a la célebre novela de Dostoievsky: Crimen y castigo
 (1866). Pero ahora los crímenes se han multiplicado y los castigos han 
sido reemplazados por pequeños delitos o faltas. El costado fuertemente 
existencialista del film está subrayado por la presencia del profesor 
Levy, seguramente inspirado en Primo Levi, cuyas palabras finales constituyen quizá uno de los más sabios  y tristes 
textos que nos ha regalado el cine.
       En un universo en el 
que la presencia de Dios es por lo menos sospechosa, cínicamente, todo 
parece estar permitido. La mayoría de los personajes de la película 
sufren ese vacío existencial que los ha arrojado a un mundo cuyas 
instrucciones de uso nunca han sido establecidas. La angustia o la 
desesperación que sienten proviene de saber que las decisiones que toman
 los hacen demasiado responsables de sus actos, mucho más de lo que 
ellos quisieran ser. Cada decisión que toman los lanza a una realidad 
que al actualizarse, literalmente, asesina las posibilidades 
irrealizadas. Todos se han dado cita en un futuro en el que ciertamente 
no saben si quieren encontrarse. La única garantía para no tener que 
conformarse a la fuerza con lo que han llegado a ser parecería descansar
 en la capacidad de no mentirse a sí mismos. Pero actuar o no de mala fe
 no es garantía de nada. Judah y Cliff son los mejores ejemplos de ello.
 ¿Qué hacer entonces? Frente a esta gran pregunta filosófica, Woody 
parece responder que sólo hay que concentrarse en las pequeñas cosas, y,
 si se puede, tener fe. La fe, entendida como esa confianza ciega en lo 
que no podemos ver, es metaforizada por Ben, el rabino que está 
perdiendo la vista. De esta forma toda la película está atravesada 
subrepticiamente por el tema de la visión: Judah no puede olvidar que su
 padre le ha dicho que nada escapa a los ojos de Dios y bromea que quizá
 por eso se hizo oftalmólogo; Cliff es documentalista y los escasos 
momentos felices que vive tienen que ver con proyecciones fílmicas, ya 
sea acompañado por Halley-Farrow o por su sobrina Jennifer, a quien le 
da lecciones de vida utilizando el soporte de la imagen. Su deseo de 
instruirla así y la excelente relación que establece con ella parecen ser
 el más sano intento de incorporar la mirada de ese (otro) niño que 
todos llevamos dentro, como una suerte de ser que aún no ha sido contaminado por las inautenticidades del mundo que nos rodea. Pero estos
 destellos de felicidad no obnubilan la claridad mental de Woody. Es así
 que al final, luego de haber experimentado la imposibilidad de 
desprenderse de sí mismo, luego 
de los crímenes y pecados sin castigo, luego del fracaso como única 
ideología digna, sólo queda la posibilidad de una consolación 
filosófica: “A lo largo de nuestras vidas", dirá el profesor Levy, mientras suena la exquisita
´I´ll be seeing you´ de Sammy Fain, interpretada por Liberace, "todos 
nos enfrentamos a decisiones angustiantes y elecciones morales. Algunas 
son de gran importancia. La mayoría de estas elecciones son sobre 
cuestiones menores. Pero nos definimos a nosotros mismos por las 
elecciones que hemos realizado. Somos, de hecho, la suma total de todas 
nuestras elecciones. Los acontecimientos se desarrollan de una forma tan
 imprevisible, tan injusta. La felicidad humana no parece haber sido 
incluida en los designios de la creación. Sólo nosotros, con nuestra 
capacidad de amar, le damos sentido al universo indiferente. Aún así, la
 mayoría de los seres humanos parecen tener la habilidad de seguir 
esforzándose, e incluso encontrar alegría en cosas simples como la 
familia, el trabajo y en la esperanza de que las futuras generaciones 
puedan entenderlo todo mejor.”
Marcelo Damiani
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
