Por Marcelo Damiani
La verdad es que no sé bien cómo lo hice. Ciertamente no fue un libro planeado, y tal vez por eso darle forma me llevó alrededor de siete años (aunque por otra parte, ahora que lo pienso, esto es más o menos lo que siempre tardo en escribir un libro). Todo empezó, como sugiere el título, con “algunos apuntes”. En otras ocasiones, con otros libros, en otras circunstancias, se me aparecían ideas, climas, chistes, tramas, argumentos, personajes, atmósferas o incluso melodías, pero esta vez, en cambio, hubo un montón de imágenes, imágenes de infancia que aparecían recurrentemente, y algunas nuevas que se me presentaron por primera vez. Me puse a tomar notas de lo que no quería olvidar, preguntándome si uno, en el fondo, no escribe siempre a partir de imágenes de infancia que considera memorables, o que de pronto salen a la luz sin previo aviso ni justificación. También noté que en este caso estaba escribiendo para recordar, cuando en otras oportunidades la escritura había surgido como una forma de falsear recuerdos o simplemente para olvidar. Con el tiempo me di cuenta de que esas notas apuntaban todas en la misma dirección. Releerlas, en algún momento, fue encontrarles naturalmente un orden, una lógica, una estructura, es decir, un principio, y por supuesto, también, un final; el desarrollo, digamos, siempre se sentía provisorio, quizá porque aún está en constante cambio. También hubo mucha corrección y varias versiones previas (la primera publicada en el diario "La Gaceta" de Tucumán, la segunda en una revista brasileño-paraguaya, la tercera en Venezuela) hasta llegar a esta edición. Pero sé que habrá otras, ya que el texto sigue creciendo, poco a poco, casi a razón de una página por año, como si se tratara de ese hermano gemelo que nunca tuve. Por lo pronto, acá, en mi blog, además de las versiones previas, hay dos miniprefacios meramente virtuales firmados por Alan Moon (con quien hace tiempo venimos discutiendo si él es mi prologuista personal o si yo soy su escritor exclusivo). La semana pasada, por último, al entrar a una librería de Belgrano, me percaté de otra cosa. El libro, parado en un estante, parecía un pequeño portarretrato, como si la mano sabia de quien lo había puesto ahí supiera que escribí Algunos apuntes… contemplando un portarretrato similar. De la misma forma que escribí otras cosas mirando películas, escuchando música o soñando con posible vidas paralelas, puedo confesar sin problemas que esto lo escribí con un portarretrato frente a mí, y ahora, con el libro convertido en una metáfora de su proceso de gestación, el círculo se cerraba milagrosamente. La foto de tapa, por supuesto, acentuaba la evidencia. Yo era (como) el libro, el libro era (como) yo; claro, pero sin mí. El resto es ficción.
Publicado el 21 de julio de 2012 en la revista Debate Nº 488. Pág. 81.