Para Héctor Libertella
Imagino que Marianne y yo escapamos de la fiesta y subimos a la terraza techada después de la aparición del primer relámpago. Nos paramos en medio del lugar como si la perfecta transparencia de los vidrios del techo acentuara el carácter imponente del cielo estrellado. Abro y cierro los ojos una y otra vez tratando de acostumbrar mi mirada a la nueva atmósfera del lugar. Poco a poco, las formas difusas de Verónica y de David se insinúan insípidas delante de nosotros. Nos acercamos despacio, controlando el movimiento de los vasos vacíos que sostenemos con negligencia para darle algún sentido a la existencia nerviosa de nuestros dedos, manos y brazos.
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